Subirse a un tren en marcha no es tan fácil como en las películas. Pero había que hacerlo, demostrárselo al idiota.
-Me da miedo subirme, Mikel – me dijo Ainhoa la primera vez que le conté mi idea.
No es raro que una emo exprese sus emociones, pero Ainhoa es gótica, joder, se supone que a los góticos les atrae lo oscuro y la muerte. Se supone. Pero al final logré convencerla.
Ya habíamos hecho lo más difícil. Nos habíamos fugado del instituto en la hora del descanso, ante las mismas narices del idiota. Se trataba de demostrar que, si queríamos, no nos pillarían nunca.
-Todo esto no sirve para nada. No tiene aplicación práctica.
Esa había sido la declaración con la que me había ganado una amonestación pública del idiota. Él defendía que la física tenía infinidad de aplicaciones. Y yo la odiaba. Cuando acabó de exponer a gritos su postura tuve aún energía para replicar:
-¡Velocidad, peso o inercia no sirven de nada como usted las usa!.¡Utilizarlas para una fuga, por ejemplo, eso sí es útil! ¡Usarlas en movimiento!
-Pues ponte en movimiento hacia el despacho del director -me dijo el idiota. La carcajada fue casi unánime. Menos Ainhoa, y alguna de sus amigas.
Esa vergüenza era la que recordaba al acercamos a la Estación del Norte de Bilbao. La humillación del idiota. Yo había calculado la hora a la que pasaría por ella el tren. El problema era que el nuestro no paraba, porque era un tren internacional que nos llevaría a Francia. Pero sí reducía mucho su velocidad, no se sabía bien por qué motivo.
Hasta ahora, Ainhoa había demostrado que con una horquilla que ya no usaba (es gótica, ¿recordáis?) se podía forzar la cerradura de la puerta del patio. Y nuestra velocidad había sido la suficiente para llegar a la estación sin que nadie se diera cuenta.
Solo faltaba subirse al tren, que aminoraba hasta unos diez kilómetros por hora al llegar a la estación. Según mis marcas en carrera corta, mi velocidad podía llegar casi al doble. Era solo cuestión de alcanzar el tren a esa velocidad y subirse al vagón de mercancías, que tenía una enorme abertura para colarse.
Cuando llegamos, el tren ya entraba en la estación, así que le dije a Ainhoa que corriera más. Yo ya casi estaba a la altura de las vías, pero Ainhoa iba un poco más despacio. Teníamos que hacerlo los dos, ¿de qué sirve el éxito si no puedes compartirlo? Por fin, Ainhoa me alcanzó cuando la locomotora llegaba ya a mi altura.
-Ahora no dejes de correr- le dije.
Teníamos que reducir la velocidad para mantener los dos el mismo ritmo que el tren, hasta el salto. Yo pensaba entonces en el idiota: de qué le serviría calcular la velocidad exacta del tren, su inercia o nuestra masa. Lo que importaba era el momento decisivo. Y era ese.
-Saltaré yo primero- El tren comenzaba a acelerar. Así que salté y rodé sobre el suelo del vagón, me hice mucho daño al caer.
-¿Te has hecho daño?
-No, nada -dije- Salta tú – Ainhoa pesa casi lo mismo que yo, no podía levantarla.
-No puedo, no me atrevo.
-¡Tienes que hacerlo!
-¡Me da miedo!- gritó.
El tren empezaba a acelerar. No había tiempo. Pensé en mi plan de emergencia. Podía funcionar o no, pero era lo único que tenía. Así que formé bocina con mis manos y grité con todas mis fuerzas:
-¡Volveré a bajarme del tren, te mataré y luego me suicidaré!
El tren aceleró del todo, doblaba casi su velocidad, cuando sucedió: ¡Clara saltó! Lo hizo como esperaba. Sabía que lo haría, ya os dije que es gótica… Todo ese rollo de que les atrae la muerte solo oculta el pavor que le tienen.
Nos quedamos los dos tumbados sobre el suelo del vagón, que se alejaba cada vez más rápido de la estación, hacia otro país, hacia otro mundo.
-Me dijiste que no te habías hecho daño.
-Mentí- le dije sonriendo.
-Cabrón -dijo ella. Pero también sonrió.
Nos ganamos una semana en casa como castigo y sendas broncas de nuestros padres, en mi caso bastante brutal. Pero el idiota consiguió un expediente disciplinario, por no haberse dado cuenta hasta dos horas más tarde de nuestra ausencia, a pesar de que nos tenía en su clase.
Seguramente pensó en la inercia de su mente, o en cómo la masa de dos cuerpos considerablemente grandes se le había escamoteado a gran velocidad.
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