Santa Rita-Floresta-Sandnes-Santa Rita

Santa Rita-Floresta-Sandnes-Santa Rita

Adriana Billone

31/08/2016

Ahora no llueve más. Son las siete de la tarde.

A las siete de la mañana, cuando salgo a correr, las veredas están vacías.

Normalmente, salgo por Juan B. Justo hacia el oeste. Es raro correr con esa luz que hay a las siete de la mañana, que en otoño es apenas claridad y en invierno, apenas oscuridad.

En la oscuridad hay insectos de ojos luminosos que se mueven a gran velocidad o permanecen quietos en las esquinas con mirada verde, amarilla, roja.

Doblo en Segurola hacia el sur. No hay negocios. De las casas cerradas sale a veces alguien, se mete en un automóvil y desaparece.

Tomo V. Flores hacia el este, cruzo las vías en Joaquín V. González y sigo por Yerbal. En estas calles, la luz juega con el color de las paredes, se esconde en los zaguanes, en los marcos de puertas y ventanas. De los jardines vienen perfumes: jazmines, magnolias. De las veredas también: tilo, jacarandás. Ningún olor a comida.

Doblo en Cuenca hacia el norte, para volver a Juan B. Justo. El cielo es grande y frío.

Un día, tomando un té en casa de mi amiga, ella me dijo: “¿Sabías que este barrio se llamaba Santa Rita?

No dije nada. Tomé otro sorbo de té. A veces hay que tragarse las cosas a sorbos, aún las cosas que no se entienden. Esas, más que cualquier otra.

Existe, por ejemplo una cosa que se llama padre.

Cuando iba al colegio y escribía la palabra padre, tenía la impresión de que había querido escribir madre y me había equivocado. Entonces, me sentía tentada a corregir el error, pero la letra p permanecía en pie como una pared. Yo pensaba “Ahí dice pared”. El caso es que resultaba una pared mal escrita, mal construida. Una pared que no podía derribarse ni tenía ventanas. Una pared para estrellarse y morir. Un paredón.

Solía escribir familias de palabras: Padre – pared – puerta – portera – puta. No: Padre – parte – partera – puerto – partir – parir. No: Padre – madre – muerde – mierda. No. Papi

Un día le pregunté a Mercedes por su padre. “¿Qué sabés de él?”

“Sé que era muy lindo. Tenía ojos negros y se fue en un barco. Mi mamá dijo que se fue a Noruega, a un lugar que se llama Sandnes, donde está esperándonos. De chica, todas las noches mirábamos con mi mamá la postal que nos había enviado, donde decía que estaba en Sandnes y nos esperaba. En la postal se veía un bosque en otoño.»

«El problema, según mi mamá, fue que en el correo se robaron la plata del pasaje que venía junto con la postal. Entonces planeábamos formas de juntar plata para irnos con él. Después de contarme esta historia, todas las noches, mi mamá me cantaba «Se va, se va la barca», y yo me dormía.”

“Y tu papá, ¿no volvió a escribirles?»

“No.”

“Y vos, de chica, ¿pensabas viajar para allá?”

“Yo voy a viajar. Cuando sea famosa como cantante lírica, voy a ir a Noruega. Me voy a casar con un chico noruego y vamos a salir a pasear por el bosque todas las tardes.”

Entonces pensé que, aunque ninguna de las dos tenía padre, una cosa era la pared amarilla; y otra muy distinta el mar, los bosques y el viaje en barco. Aunque fuese a una ciudad llamada Sandnes, que se parece a la palabra arena en inglés, y también a la palabra tristeza. (En castellano, se parece a sandez).

Me acordaba también de cuando le preguntaba a mi tía dónde estaba mi papá. “Tu papá se tomó el buque antes de que vos nacieras, Verita.” Me causó gracia la comparación. “Así que tu papá se tomó el buque”, le dije, y ya me estaba arrepintiendo. “El mío también, pero no me mandó postal.” “¿Él también se fue en barco?” “No. Es una broma. No sé cómo se fue, ni por qué. Tu mamá habrá estado triste.”

“Mi mamá nunca se pone triste, porque tiene fe.”

Tuve entonces una visión muy rápida de mamá con la frente ensangrentada y los ojos muy abiertos. Se parecía a una estampita que guardaba mi abuela. Era Santa Rita, patrona de los imposibles.

“Rezale a Santa Rita”, le dije a mi amiga. A lo mejor le estaba dando un buen consejo.

Ahora pienso otra vez en la calle, en los imposibles. En el dicho: Santa Rita te da y te quita. Como el agua del arroyo Maldonado, que corre bajo la avenida Juan B. Justo, y cuando se desborda trae unas cosas y se lleva otras. Gente y recuerdos.

La enredadera, la Santa Rita creciendo en las paredes con flores que parecen hojas manchadas de sangre.

Junto a la estampita de la abuela, había un folleto con la historia de la Santa, que leí muchas veces, porque me resultaba ejemplar. En respuesta a las plegarias de Margarita –así se llamaba Santa Rita-, sus dos hijos varones y su marido, que eran violentos, se hicieron mansos y se convirtieron a la fe católica. Entonces murieron. Parece que ella le dijo a Dios que prefería verlos muertos a convertidos en asesinos, y la mejor forma de que no recayeran en el pecado, era mandándolos directamente al cielo. No sé si ellos estuvieron de acuerdo con la transacción. El folleto no lo dice.

En todo caso, le salían mejor los milagros con las plantas. Las hacía brotar en cualquier época, aunque ya estuviesen secas.

En cuanto a ella, recibió una herida en la frente con una espina, que no se curó nunca. Y ya muerta, su cadáver huele a rosas. En la estampita se ve el agujero en la frente y una rosa en la mano izquierda.

Viaje

Me asusta la economía brutal de los milagros.

Rezo, ahora, mirando el cielo rojizo por la ventana: “Santa Rita, Santa Rita. Lo que se da no se quita.”

SANTA RITA-FLORESTA (CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES – ARGENTINA)

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