Era ahora o nunca. Cogió el hatillo con la ropa que iba a necesitar y salió de la posada.
Fuera la noche la recibió entre gotas de lluvia y un fuerte viento. ¿Presagio de lo que le esperaba? La humedad hizo que temblara y se envolvió con más fuerza en la capa. No era momento de echarse atrás. Había tomado una decisión y nada ni nadie le haría cambiar de opinión.
Amaba a sus padres pero no quería casarse con el heredero de la Casa Medina Sidonia. Sí, sabía que era un buen partido, cualquier doncella casadera habría aceptado aquel matrimonio con los ojos cerrados. D. Enrique Pérez de Guzmán era un joven con un importante patrimonio y con una familia muy influyente en la corte castellana. Se le ofrecía una gran posición y una gran fortuna pero ella no quería ser la amante esposa dedicada al cuidado de los hijos y de la hacienda, envuelta en sedas y recibiendo visitas. Apreciaba demasiado su libertad, su independencia personal. Quería escoger su destino y conocer los asuntos mundanos por sí misma sin que nadie se los contara y un matrimonio ventajoso no entraba en sus planes.
Después de analizar la situación su única salida era huir.
Escapar en el primer barco que zarpara rumbo a cualquier parte.
Debía poner tierra por medio, cogió ropa de uno de los sirvientes de la casa y se cortó el pelo.
Viajaría como grumete. Había llegado a la posada hacía una semana y se informó sobre los barcos que partirían en los próximos días; solicitó trabajo en cada uno de ellos sin suerte hasta esa misma mañana, había atracado una goleta de dos palos para recoger víveres y saldría al amanecer. La casualidad hizo que el joven aprendiz de marinero que venía hubiera enfermado y allí estaba ella para sustituirlo. No tuvo que esforzarse mucho para convencer al suboficial para que la empleara, necesitaban un nuevo mozo con urgencia.
Cierto era que la noche se había presentado desapacible pero estaba resuelta a seguir con su aventura. Se adentró en la oscuridad en dirección al puerto, en una callejuela dos borrachos le increparon pero agravó el paso y no hizo caso de sus ebrias imprecaciones.
Frente al barco tuvo un instante de vacilación. Pero… ¡no!… debía continuar. Ella era la única dueña de su destino.
FIN
MUSEO MUELLE DE LAS CARABELAS. LA RÁBIDA (HUELVA)
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