Viaje de una noche.

Viaje de una noche.

Joel Valles

18/08/2016

Los últimos rayos del ocaso chocaban con los árboles tropicales de la inmensa selva, donde, dos jóvenes viajeros se encontraban sin rumbo mas que la casualidad. El manto de la noche comenzaba a cubrir el cielo, devorando vorazmente las sombras de los árboles.

Así como la oscuridad ganaba terreno sobre aquel valle tropical, el miedo lo hacía en el corazón de los dos aventureros; tomaron turnos para hacer señas a los autos que pasaran, la indiferencia de los conductores atropellaba bruscamente su moral y los rostros lo mostraban perfectamente. Esperando mejor destino que aquel que les deparaba permaneciendo allí, decidieron seguir la carretera. Cada paso era más difícil que el anterior, cada kilogramo en la enorme mochila doblegaba la espalda, el hambre y el cansancio habían ya acabado con la voluntad de los inexpertos caminantes; el ruido de las botas raspando con las piedras pequeñas del camino les arrullaba, provocaba un efecto adormecedor que debilita la mente.

Un sonido tan perfecto, creado por los mismos dioses, tan solo comparado con la novena sinfonía o bohemian rhapsody. Una sola nota, tan distintiva que le hace imposible confundirse con otra cosa… El pitido del claxon que arrojaba con dificultad una vieja troca los arrancó de aquel estado depresivo, su corazón se llenó de un regocijo ya conocido para ellos y una enorme sonrisa pobló sus caras decaídas, corriendo tan rápido como les era posible subieron a la caja de aquel caronte con rumbo desconocido.

Bajaron a la entrada de un pequeño poblado y se adentraron en sus callejones buscando algún lugar donde pasar la noche. Las personas de aquel pueblo desconocido comenzaban a hacerse presentes entre las calles y casas, lo que parecía ser un mausoleo desolado y olvidado ahora se rodeaba de coloridas casas y calles empedradas alumbradas por cálidas lámparas de tungsteno.

Un espíritu de júbilo creaba una atmósfera entre los habitantes y ésta cayó sobre los dos extranjeros, envolviéndoles con una suave caricia; conforme avanzaban en dirección al centro, percibían que aquellas ganas de festejo eran emanadas por un corazón cálido y latente, la plaza central, en ésta, una antiquísima iglesia colonial da oficialmente la bienvenida a este par de cansados extraños, un aroma de alegría reposa sobre la plaza y todo aquel que lo inhala contrae sus efectos…

La realidad sopló una brisa helada tomándolos de aquel sueño encantador. Ni la alegría del ambiente, ni la antigüedad de la iglesia o lo colorido de los hogares les puede rescatar de la noche.

El sueño, con su dulce aroma, dispersa a la muchedumbre, dirige, cual pastor a sus ovejas, a la multitud. Caminando, entre risas y charlas, a sus respectivos hogares, la muchedumbre deja tras de sí un apacible silencio lleno de satisfacción.

En la penumbra de la noche, acomodados en el borde de una fuente en medio de la plaza, un faro daba un poco de seguridad a estos pobres sin lugar a donde ir. Con los párpados cargados de un día duro tomaron turnos para hacer guardia. Compitieron con un amistoso «piedra, papel o tijera». El vigía en turno toma la guitarra que tanto trabajo había costado llevar hasta ahí, la afina y con notas tan improvisadas como el viaje que realizaba, tocaba arrullando a las estrellas.

De las madrigueras juveniles comenzaron a salir, como criaturas de la noche, chicos y chicas hambrientos de libertinaje, grupos pequeños se juntaban al rededor de la explanada, un grupo de al menos cinco se colocaron al lado opuesto de la fuente, uno de ellos llevaba una guitarra española ya gastada por la edad, esa misma antigüedad producía un sonido rasposo que le daba cierto aire de melancolía, los dos guitarristas y el otro viajero comenzaron a entonar «Wish you were here» con un ánimo mariachi que inundaba aquella plaza medio vacía.

Como auténticos camaradas, festejaron con la noche cual vieja compañera de bebida, en alargadas discusiones, chistes, risas e historias ebrias, se unían más y más como verdaderos amigos. Después de miles de despedidas, abrazos, estrechones de manos y demás, cada quien agarró rumbo propio; aquel guitarrista que conocieron en la fuente les invitó a casa de su madre, lugar donde él vivía. Dentro de la acogedora casa gastada, una serie de gritos y regaños se escuchaban a través de las paredes, al instante lo supieron, ese guitarrista tan simpático no podría darles asilo.

Se colocaron el abrigo, se echaron en la espalda el equipaje y salieron erguidos por aquel portal simbólico hacia lo extraordinario… Los primeros rayos del alba salían disparados por entre las colinas, el telón nocturno se abría lentamente para dar salida al sol naciente, alumbrando el camino aún desconocido para ellos, con la moral enaltecida, tomaron rumbo hacia la aventura, dejando atrás aquel misterioso poblado.

Compostela, Nayarit, México.

Ilustraciones por Uriel Valles.

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