La hora ha llegado, y es tiempo de emprender una aventura mas entre incertidumbre e incógnitas que en nada hacen mella en este corazón aventurero que se vuelve nómada y traspasa tiempos y espacios. Mochila al hombro cargando solo lo indispensable, barras energéticas, una manga previniendo la caída de la lluvia y el vital liquido en su estado natural para hidratar el organismo conforme lo necesite, haciendo un uso racional de él para no sucumbir ante alguna eventualidad. La fuerza de voluntad es mi compañera, dependo de ella para verme triunfador en cuanto llegue al pináculo de aquel montón de piedras, enfrascado entre pinos y abetos entre oyameles y sueños. .Y comienza la odisea, enfundando en unos jeans resistentes, unas botas todo terreno que facilitarán la zancada en suelos ríspidos, algunos de terracería y otros formados por piedra caliza que conforme me vaya adentrando hacia mi objetivo será más difícil. Un sombrero deteriorado hace las veces de una sombra que será de vital importancia en un desgaste corporal, que espero permita llegar a la cúspide de ese gigante situado a mas de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar llamado cofre de perote. La misión no es nada fácil, pero tampoco difícil para alguien que a través de la fe ha crecido enormidades logrando cada sueño como una experiencia en el más bello existir de un ser que emana vida. Las condiciones físicas van de la mano, y prosigo mi viaje.Abordo un autobús que me llevará cerca de mi destino, el recorrido del trayecto será más o menos 40 minutos a buen ritmo. Observo el camino, una carretera semi desierta, donde a esta hora son muy pocos los que transitan, camiones cargados con verduras, muy pocos autos particulares, pero todo se vuelve un conjunto en un entorno digno de una escena de la naturaleza conjugándose bosque y modernidad, alegrías y melancolías conforme sigue su paso evocando al recuerdo, siendo el agradecimiento parte primordial de continuar hacia la búsqueda de nuevas experiencias en el latir de emociones y sonrisas al por mayor. Paisajes de vida, borregos y un poco de ganado pastando son personajes en el colorido verde buscando solo la supervivencia. Pocas personas las que abordaron el autobús que prosigue en esta marcha a ritmo de explosiones, producto de enfrenar con el motor en algunas bajadas pronunciadas. Una parada inesperada hace detener el camión, una señora nativa de un pueblo cercano, detiene a base de señas el proseguir. Se empecina a que le den permiso de subir unos pequeños cerdos que serán parte de su vendimia en un lugar denominado las vigas, así como unos garrafones de pulque, bebida fermentada producto del aguamiel que se obtiene a través de las pencas del maguey, volviéndose muy común entre paladares de comensales, que los días domingo, hacen gala de presencia en el mercado del pueblo. El sol lentamente sale por un breve resquicio conminando a sonreír y a dar gracias por entibiar no solo nuestro camino sino el alma, en donde se da uno cuenta que lo grande son cosas pequeñas, que un corazón grande con poco se llena y se graban en los entresijos del ser, disfrutar la maravillosa creación. El tiempo inexorable no se detiene, a cada tic tac se forman pensamientos, y se concretan ilusiones. Falta poco y sé que vendrá lo complicado, mas no imposible. El espectáculo continúa, y seguimos recorriendo las sinuosas curvas que ya es casi hora de pernoctar y jalar con rumbo a la montaña. Se detiene el autobús, me acomodo mi mochila con ambas manos, reviso que no se olvide nada, con pasos lentos camino hacia la salida, y agradezco al chofer con una pequeña manzana en señal de gracias. Observo a mi alrededor, un leve frio cala hasta los huesos, mientras un aire helado se hace presente, aún ante la presencia del astro rey que no alcanza a calentar pero sin embargo mi corazón sigue cálido hacia un rumbo que quiere llegar a cruzar una meta que está grabada en mi mente. Miro hacia lo lejos, montículos de plantas, magueyes y demás flora propia de la región, arboles llenos de las suculentas manzanas y peras, todos rindiendo una pleitesía hacia su entorno, trato de descifrar las coordenadas que me lleven por debajo del tiempo, tomo mi brújula y hago mis conjeturas poniendo marcas por dónde he de recorrer mi camino. Empiezo el trabajo, colocándome en el puntero de lo que mi cuerpo me aconseje, guardando cierto hermetismo hacia el destino donde me dirijo, me siento cómodo a un ritmo parsimonioso cruzando veredas y cercas, conviviendo con gente que residen por estos lugares, pequeñines luciendo sus raquíticas vestimentas solamente con su sonrisa de adorno, manifestando una vez más la mala distribución de la riqueza en un país donde tenemos tanto, pero no lo es para todos. Me detengo, cuatro pequeños hacen un ruedo entorno a mí, me preguntan, me dicen, y de pronto ya somos amigos, con un movimiento brusco, saco de mi mochila unos dulces energéticos y los comparto entre todos, nos sentamos en un solar, y les hago la promesa que pronto volveré nuevamente y jugaremos con un balón que ellos mismos elaboraron a base de una bolsa de hule y un trapo adentro. Es hora de partir, los abrazo y me llenan de la ternura propia de unos seres que no tienen la culpa de cómo viven ni de formar parte de los que no tienen, unas monedas son producto para hacerlos sonreír y olvidar por poco tiempo su miseria, eso me duele, me llega, más sin embargo me queda la satisfacción de que estuvieron felices por tan solo unos minutos. Apresuro el paso, entre mas subo, mas frio, cuesta respirar como dios manda, a medida que prosigo mis fuerzas flaquean, miro hacia al frente y sé que falta poco, no claudico, me consta que esta subida es como la misma vida, hay ocasiones que hay que meter el acelerador para no quedar en el intento y sentirse victorioso. Me detengo, tomo un sorbo de agua, mi respiración es agitada, mi corazón palpita cual tambor de tribu africana, mis pulsaciones son mas rápidas, creo se quiere salir de la caja torácica, hago ejercicios de respiración, agradezco y clamo al creador, y me llegan como por arte de magia las energías que me lleven a buen puerto, saco una barra energética, y la ingiero pausadamente, y emprendo de nuevo el viaje que ya casi esta a su fin, mis pasos cada vez se hacen más pesados, pareciera que llevo botas de plomo, pero no me detengo, continuo en mi carril, vuelvo a observar hacia adelante falta muy poco, ya miré que las antenas de una repetidora de televisión están muy cerca, apresuro mi andar, por fin he llegado a la cima, sabía que lo lograría. Hoy me siento aquí, muy cerquita de Dios.Edgar Landa
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