-Laura hija, quiero que lo entiendas.- Ella sin darle importancia sonrió.
-Papá, no tienes que darme explicaciones.
-Quiero hacerlo Laura. Siéntate, y retira esas sábanas.
-Me gusta verte animado papá. Mira que ojeras, voy a por la crema.- El viejo la sujetó del brazo.
-Siéntate. Estoy bien. Deja que me explique al menos antes de irme.- Ella respiró hondo.
-No hables así papá, por favor te lo pido…
-No voy a morirme cariño. Tranquila. Escucha… He visto a tu madre. Escucha y no me mires así. La he visto, créeme. Y no fue una aparición ni cosa de espíritus…
Este año no ha sido fácil y no me gusta verte así. Yo estoy bien ¿De acuerdo? Ahora escucha.
Aquella temporada… Sabes que sucedieron cosas extrañas. Te acuerdas de los mareos de la plaza, del Latino… Si no era por un bajón era por un golpe de calor. Aún guardo el tensiómetro en la mesilla. Pues fue a más. No quería decirte nada, pero fue a más. Sé que lo intuías, verdad.- Le señaló un cajón de la cómoda.- Alcánzame la alianza de tu madre, anda trae. Gracias cariño. Sabes, la llevaba al nacer tú. Era la mujer…
-Papá… los golpes de calor. Te lías.- Y sonrió porque hacía tiempo que no la cautivaba con una historia.
-Sí, perdona hija… Pues por entonces, en un sueño, el Tiempo me dijo: Alto muchacho, hasta aquí. Ya no tienes más que hacer, se acabó. Imagínate. Después de una vida entregada al tiempo. ¿Tú te crees? Cómo que se acabó, le respondí. Y él arre que se había acabado mi tiempo. Discutimos y mucho. Pero uy, yo le caía bien. Vaya si le caía bien. Un relojero, eh Laura. Con la delicadeza que he encajado los engranajes, las ruedecitas, el sonidito de la rosca…
-Papá…
-Sí hija. Bueno… El Tiempo me miró, o eso creo, y despacito me entregó un puñado de arena que se derramaba entre los dedos. Toma, me dijo. Toma tu pasado.
Y… me desperté. Un sueño extraño, verdad. Pero después tuvimos una temporadita tan buena, sin bajones, sin apenas mareos, que la verdad no volví a acordarme, ni siquiera del tensiómetro. Pero, uy las calmas Laura, aprende a temerlas hija. A las tres semanas comenzaron a resonar unos ruiditos en mi cabeza, y también ecos al conversar con alguien. Y los gestos de quien me hablaba se repetían una y otra vez, y una y otra vez. Como papagayos, cada uno de ellos. Da igual con quien hablase. Dame el pan, dame el pan…, por ejemplo. Después, me quedaba atónito porque continuaban como si nada hubiese ocurrido, quien fuese. ¿Me entiendes? Rebobinaban la conversación como hacen éstos de las discotecas, los que le dan a los discos palante y patrás que parecen rallados.
– Dj´s papá. Se llaman Di-ye-is.
-Bueno pues Diyeis o como se llamen. Me pasaba continuamente. Contigo también, y a todas horas. Pero el día del patrón sucedió algo extraordinario.
Cuánta gente aquel día, recuerdas; demasiada. Se apelotonaban en la plaza, y era angustioso quedarse entre la multitud. Y entonces, en el momento de lanzar los fuegos y reventar en todo lo alto, un niño se cruzó con su helado goteando por el brazo. Y me quedé mirándolo, porque la madre estaba dándole al pico muy poco atenta al pobre chaval, y esas cosas me dan pena… – El viejo la miró mientras le temblaba la voz. Y ella le sujetó la mano entre las suyas. – Sucedió algo increíble hija… algo increíble. Viajé al pasado.
Los fuegos que retumbaban en mi pecho se fueron moldeando con delicadeza
hasta sonar un ¡Toc! en lugar de aquel estruendo. Un toc seco. Y me transformé en un niño. ¿Te lo puedes creer? Sujetaba un helado que también goteaba por mi brazo. Y volvió a sonar un !toc!. Levanté la mirada en ese momento y mi padre estaba frente a mí, y todo el campo de Castelaos estaba frente a mí, y las tierras de centeno hasta el fondo también. Todo. Hasta el carro del granero estaba allí como nuevo, y la pared se mantenía en pie y la piedra era fresca. No solo la parte de la entrada, no, todo hasta el final.
Cuando mi padre tronzó de nuevo un leño (¡toc!), – El viejo hizo un gesto enérgico.- aletearon grajos hasta el robledal y retorné al presente.
Tu abuelo estaba jovencísimo Laura. Levantaba y golpeaba el hacha con la fuerza de una guillotina.
Aquel fue mi primer gran salto… – Ella le acarició la mano.
-Papá, te creo, tranquilo. – y el viejo continuó con la voz trémula.
-Hija, esas fotos del desván… Todo ese tiempo ahí abajo encerrado. No he hecho otra cosa que viajar por mi vida. Al día de mi boda, por ejemplo, cuando me vestí el traje viejo, te acuerdas. Por eso me resisto a tirar los trastos viejos, como tú dices. Orientan cada viaje. Ayer, sin ir más lejos, con una foto de Óscar y sus cigarrillos, sus celtas, me lanzaron al primer cigarro de la Torre. Maldito día que empezaron a matarlo…
Pero no es gratis viajar hija. Todo tiene su precio. En cada salto ardo como la estela de un cometa y me arrastra. Es imparable Laura, y pronto me iré…
-Papá, no hables así.- Ella no pudo evitar una lágrima y el viejo entonces le sujetó el mentón.
-Hija, soy feliz. Eres tú la que me preocupa. Tú y esa niña que dice ser mi nieta. He debido alterar el pasado porque no logro recordarla. Algo he cambiado…
Lo que digo, es que unas veces te recuerdo y otras puedo confundirte, pero sé que eres tú, y sé que te esfuerzas por mí. La vida es el más duro de los viajes y yo camino con tranquilidad hacia el pasado. Pierdo algún recuerdo sí, me distraigo… pero soy feliz. No te preocupes, lo sé…
sé lo del Alzheimer, y no permitiré que cambies tu vida por la mía…
CASTELAOS, OURENSE.
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