Subrayaba una frase más, una de tantas otras. El lápiz deslizaba sobre el papel hasta alcanzar una puntuación. El trazo no era derecho, la mano le temblaba y se había pasado. Sin querer se traspasó y afectó la frase de abajo. Si bien era común dicha situación esta vez el trazo había afectado a tres palabras que le hicieron recordar algo.  Dichas palabras eran: “Junto a Rose”. Observó en silencio las palabras unos instantes hasta dejar el libro a un costado. Era tiempo de tomar una taza de café. Con esfuerzo se levantó de su sillón, dejando entre abierto al libro. Se podía leer el título: “Filosofía y Historia: dos caminos hacía el conocimiento”. A pasos lentos dejaba la pieza cuyas paredes desbordaban de libros. Eran cientos y cientos de libros, acumulados por el fruto de una vida dedicada al estudio. En una pared estaban colgados unos cuadros con diplomas y otros premios, y entre ellos un doctorado en filosofía y letras.

La casa era modesta, el espacio suficiente para una cocina, un dormitorio y un salón llenos de libros. El hombre ya era anciano, y a todo parecer vivía solo. Algunos dicen que se le oía murmurar a veces que los filósofos eran condenados en no poder amar. Que el amor para alguien nunca podría superar el amor que dedicaban en tratar de conocer todo. De que sus mentes deslizaban en el horizonte tal cómo el trazo del lápiz entre las líneas de un texto pero sin alcanzar ninguna puntuación si no fuera la muerte misma. Pero en esta vida de deslices recordó a Rosa, una muchacha que había conocido en la universidad. Entre una clase de metafísica y de epistemología, lo recordaba bien porque fueron el causante del primer encuentro, de la primera discusión. ¿Existía un principio primero que hacía que lo que existía estaba realmente ahí afuera o todo era producto de nuestras percepciones del mundo?

Mientras vertía el café sonreía. Estaban tan llenos de pasiones en aquel momento. Cualquier tema era el motivo suficiente para iniciar una discusión interminable. Nunca podían ponerse de acuerdo y es por ello que decidieron seguir tradiciones distintas. Mientras ella se alejaba hacía la epistemología, él había decidido continuar tras la metafísica. Sentía que era necesario estudiar al hombre como hombre. Devolver a la metafísica como ciencia primera y desconfiar de las intenciones de la ciencia. Ese nuevo dogma que reinaba cómo una religión que no podía ser cuestionado. Por los aleas de la vida, resultó que en contra de toda esperanza él logró alcanzar un doctorado, mientras Rose nunca llegó a obtener la beca para poder seguir sus estudios. Eran tiempos crueles, la desocupación, la crisis, el mundo colapsaba y ser intelectual era un reto. El culto a la ignorancia, al desprecio hacía el saber, el anti-intelectualismo devoraban a las personas. Él recordaba esas noches en las cuales Rose se quebraba, entre lágrimas gritaba la incomprensión de un mundo que ni siquiera la contrataba para servir café. Mientras otros empleadores le recalcaban su falta de utilidad práctica. No poseía las especialidades requeridas aunque conversando con ella se resaltaba su perspicacia, genialidad y por encima de todo una gran inteligencia. Rose era todo, uno de esos seres humanos completos que maravillan y nos trasportan al confín de nuestros prejuicios. Para quebrantarlos ofreciéndonos esa increíble liberación que es sentir que nuestra comprensión del mundo acababa de elevarse a otro nivel.

Era una magnifica docente y su clase eran aquellos que la rodeaban. Formalmente tampoco logró un puesto en la docencia, era suplente. Reemplazaba a otro. Entre varías conversaciones se la escuchaba decir que aunque no podía encontrar su espacio en el mundo, la suplencia que era ocupar el espacio de otro por un tiempo, era cada vez más difícil. La política había invadido el escenario, el populismo capturaba las mentes vacías de todo concepto y jugaban con universalidades sin significados. Su demostración le costó el trabajo, dos razonamientos lógicos enunciado en clase fueron suficientes para afirmar que corrompía las mentes de los jóvenes con preguntas. Ella era la nueva Socrates de una Atenas que caía en la decadencia de las retóricas populistas, ¿o era Roma frente a los barbaros? Sin importar quienes eran sus enemigos ninguno fue mayor que ella misma. Luego de varios meses decidió partir conocer otro mundo, sin palabras dejó todo y desapareció. El chico metafísico se quedó solo, había perdido a ese brillante amor que no pudo ser, pero a pesar de la perdida siguió deslizando su mente entre los libros. Antes de que se diera cuenta alcanzó los cuarentas y ya en esa época dedicaba más de diez horas diarias a la lectura. Algunos sospechaban que tal dedicación se debía a su intención en alcanzar a Rose. En sentir la liberación de los prejuicios y la elevación de la mente. Era un perdón, una manera de expiarse por algo que no era su culpa pero que lo sintiera cómo si lo fuera. De los veinte y cinco años que le quedaban, decidió convertirlos a enseñar epistemología. Pero sus alumnos no eran Rose,  no la alcanzaban.

Volvió a sentarse y a leer su libro. A subrayar textos en la búsqueda de alcanzar a una chica denominada Rose. Ya tenía 85 años y quizás que no todo se basaba en saber la existencia de un principio primero sino en alcanzar la justa puntuación final. Por ello seguía subrayando… 

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