Selección natural.

Selección natural.

Victoria H.

18/06/2016

I

Soy guardián de hormiguero. Quizás ustedes no lo llamarían así, pero no encontré mejor expresión para describir lo que me da techo y comida. No me pagan mucho, pero tampoco se me exige tanto: puntualidad, atención, seriedad, buenos modales y poco más. Al alcance de cualquiera que le eche buena voluntad. Y eso durante ocho horas, de lunes a domingo, con unos días libres tan aleatorios como una ruleta de casino. Es que aquí siempre están trabajando, y yo siempre mirando. Nos vamos turnando entre la vida real ―el control de acceso automatizado del hall― y la virtual ―el cuarto de pantallas de las cámaras de vigilancia―. Soy de los más antiguos de la torre, aunque no pertenezco a ninguna de las empresas alojadas en nuestro edificio inteligente. Me ha dado tiempo calarlos a todos. Solo con observarlos, sé de qué pie cojean. Veamos. Esta señora elegante que acaba de entrar por la puerta rotativa, se me acerca con un paso decidido pero noto su nerviosismo. Quizás yo también lo estoy un poco. A su lado, me siento como un enano de feria. Es una señora tan XXL que ya empiezo a fantasear en lo mullido de sus formas. La emoción me lleva a lo suave que tiene que ser su piel brillante y negra. Mi corazón da un vuelco  cuando me pregunta en qué planta está la ONG que busca. Mi isla, ubicada a unos 7000 kilómetros de distancia, me acaba de entrar por la oreja. Le contesto de forma instintiva:

―¡Mamita! ¿De Santiago o de La Habana?

―¡La Habana, compadre, La Habana! ¡Encantada! ―dice riéndose―. ¡Ya hablaremos cuando salga!

Añade que tiene prisa, va a una entrevista de trabajo, la ONG necesita una enfermera para los reconocimientos médicos de sus empleados.

―Entonces ten mucho cuidado, como te toque el pedazo de “eso” de recursos humanos, puede que lo pases mal…

―¿Yo? Soy una mujer fuerte, más de cien kilos. Suficiente para que se lo piense dos veces ―me dice con un guiño―. ¡Hasta ahorita… Darwin! ―añade leyendo mi chapa.

Se aleja hacia los ascensores. Que tengas suerte, guapa. Porque el hijo de su madre éste, hasta su sombra le tiene miedo. Es que aquí ocupo más puestos: el de confidente, de hombro de consuelo, de pañuelo de repuesto… en fin, que me han ido contando sobre él lo inimaginable. Dicen que llegó en paracaídas ―entiéndase: llegó con un enchufe gordo como el de la bomba atómica―, que en las reuniones de familia cantan el Cara al sol para el postre, que amenaza a los empleados a la mínima, y una larga cola de despropósitos que no sé si son leyenda o realidad.

II

Cuando ella entró al despacho de recursos humanos, el individuo sentado detrás de su escritorio bajó la mirada hacia los papeles de su mesa y lanzó:

―Usted no especificó en su currículum que era extranjera. ¿El resto de las informaciones tampoco son de fiar?

―En absoluto. Solo significa que me otorgaron la nacionalidad española.

―Vamos mejorando en este país ―murmuró.

―¿Disculpe?

―Nada. Bueno, le voy a ser sincero. No faltan los candidatos, y usted no tiene el mejor perfil.

―Pues no mire usted mi perfil ―dijo riéndose―. Ya sé que últimamente he cogido algo de tripa. Mejor si me mira de frente, y a los ojos. ¿Así tampoco ve en mí a la candidata ideal?

―En absoluto. Veo a una negra. Nada más.

―¿Quiere decir que descarta mi candidatura solo por el color de mi piel?

―No, no solo por eso, también porque usted es muy gorda. Se ve que le falta una buena dosis de autocontrol, cualidad que valoro mucho.

―Y usted, ¿qué? ¿Ha mirado alguna vez en un espejo esa pinta de cuervo que tiene? Si solo le hubiesen valorado por el físico, ¿cree que estaría aquí sentado?

―Es que presento otras ventajas, de las que usted no se podrá valer en la vida.

―Pues no serán ni la belleza, ni la inteligencia, por lo que intuyo.

―Tengo mejor que eso: una línea directa con gente muy poderosa.

―¿Y eso le autoriza a tener un discurso racista, a humillarme?

―Es cierto. No me da el derecho, pero la impunidad, sí. Es el mayor poder que existe.

―Pues yo tengo otro tipo de poder. El sexto ―dijo con voz muy tranquila―. Que disfrute de su bonito sillón mientras pueda. El viento no soplará siempre a su favor. Adiós.

III

Y es cierto que el viento de finales de noviembre le estaba dando algún problema que otro. Los remolinos esparcían el montón de hojas secas que a duras penas habían recogido en el centro del patio, siguiendo de forma aproximativa las órdenes vociferadas por el barrendero jefe. A los chicos les costaba asimilar el procedimiento. Normal. Estaban todos atiborrados de pastillitas rosas, verdes y moradas, pero eso le parecía bien: aunque no se enteraban mucho, les hacía más dóciles. Más que los de antes, esos cabrones que habían contratado a esa zorra de actriz para tenderle una trampa. Estaban todos en el ajo. Desde la recepción hasta el propio gerente, que seguramente ya no sabía cómo quitarle del medio sin pagarlo con su propio puesto. La grabación que le enseñaron en junta directiva recogía hasta su más mínimo suspiro. Le amenazaron con soltarla en las redes sociales y también con mandarle a juicio. Lo tenían todo muy bien atado, los muy cerdos. Lo que no anticiparon fue que volvería armado para restaurar su honor manchado. Al final se interpuso el vigilante del hall. ¡Qué imbécil, el Darwin ese! Pagó él por ella. Uno menos, ya era algo, aunque la verdad es que le hubiese encantado poder subir hasta su antigua empresa para darles a todos la lección que se merecían. Pero ahora estaba ya mucho más tranquilo. Hasta habían aceptado darle el cargo de jefe de barrenderos del psiquiátrico donde estaba internado. Y disfrutaba intensamente al pensar que tenía toda la vida por delante para hacerse con el puesto del Director.

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