Esa voz que me atormenta…

Esa voz que me atormenta…

Esa voz que me atormenta, a veces retumba en mi cabeza sin cesar, se pasea por cada rincón vagando sin descanso… Otras, es un sutil murmullo que apenas escucho pero que siempre me hace saber que esta ahí, es un constante zumbido que en ocasiones me llega a perturbar. He conseguido vivir con ella, ignorarla cada vez que me concede la oportunidad y aceptarla como fiel compañera.

Los días pasan y experimento la  relatividad del tiempo, nada cambia a mi alrededor. Otro día más haciendo lo mismo. Sé  que me falta algo, que tiene que haber otra forma de vivir pero la responsabilidad siempre prima sobre los sueños y esa voz que no para de gritar se calla, enmudece y con aire derrotista se da por vencida una vez más.

Deambulo adormecida, enajenada, meciéndome al compás del mundo. Despierto cansada, mi cuerpo me manda señales que no percibo, que solo lamento. Miles de pensamientos se agolpan en mi cabeza, sin control, a toda velocidad, contaminando mi mente de miedos e inseguridades.

El reloj dicta el comienzo de mi jornada laboral; concibo el trabajo como una herramienta para ganar dinero, al fin y al cabo te lo graban a fuego desde pequeño pero nadie te cuenta las consecuencias que esta conformidad trae. Descubrí tarde que en la educación  lo importante es la salida laboral y no aquello que despierta y entusiasma a tu curiosidad. Para entonces ya me había convertido en una esclava del salario.

Las risas con los compañeros, la unión que se teje con los clientes asiduos y tener un trabajo bastante dinámico consigue que por unas largas horas mi mente encuentre algo de  la paz que tanto necesita. En esos momentos pienso que siempre hay algo provechoso en la situación. Pero si algo no te colma al final, acabará por oprimirte.

Y así me encontraba yo. Todo comenzaba a tambalearse bajo mis pies; cuanto más daba más me exigían, cuanto más cedía más me avasallaban; los reproches por las negativas a sus continuadas exigencias aumentaban, los agradecimientos por los “favores” prestados solo se representaban en mi ilusa imaginación, las amenazas encubiertas en sutiles advertencias flotaban a mi alrededor….  la responsabilidad le seguía ganando a los sueños y la amargura a la felicidad.

Pero un día amanece y estas cada vez más al límite de tu resistencia. Horas mal pagadas, trabajo en exceso, agotamiento, malas palabras y un sinfín  de motivos que solo te condenan al fracaso y anclan tu mirada al suelo. Entonces  llega ese día en que la dignidad le puede a la responsabilidad. Siento como la seguridad se va apoderando de mí, miro al miedo desde arriba, lo veo tan pequeño, tan poca cosa que en ese momento me parece irrisorio pensar como le permití que se apropiara de mí durante tanto tiempo. A medida que mis pasos avanzan hacia la libertad me voy despojando del peso que me ata a ese lugar; me siento tan ligera que creo flotar, cruzo la puerta sin mirar atrás. Ese día la voz que siempre me grita sonríe. Voy a contracorriente pero la inmensa paz que experimento me canta que ese es el camino: el sol vuelve a brillar para mí también.

Eufórica, exaltada, la voz que me ronda me habla, vocifera que no caiga de nuevo en el mismo error; inquieta, se pasea por cada recoveco, encargándose de custodiar mis pensamientos. No me deja ver quien es, se presenta en mi mente borrosa, turbia, me resulta familiar pero no consigo distinguir de quien se trata.

Poco a poco la aglomeración de sentimientos vividos baja el ritmo; mi cuerpo ya sosegado se deja embaucar por el sueño cayendo rendido en el sofá. Pierdo la noción del tiempo y la realidad se va confundiendo y mezclando lentamente con  el mundo onírico. 

Entre sueños puedo verme jugando, en una mano la linterna y en la otra un mapa desastrosamente dibujado por mi. Corro hacia la cueva, esa en la que tanto nos hemos divertido cuando pasábamos los largos veranos en el pueblo,  y grito- ¡¡seguidme, dentro esta el tesoro!!. Mi imaginación vuela; fantaseo con ser una gran exploradora en busca de extraordinarios tesoros y reliquias. La curiosidad se dispara por todo lo que ideo que pueda encontrar dentro de esa guarida.

De repente la tierra tiembla y algunas piedras se desprenden del techo; una lejana voz me despierta de la siesta. Aturdida vuelvo al presente, con el pensamiento de que a partir de ahora la realidad ha de parecerse más a los sueños. Ya de vuelta al mundo consciente rememoro que cuando me preguntaban “qué quieres ser de mayor” siempre contestaba “historiadora o arqueóloga”.  Me percato de lo que perdí. No recordaba lo que se sentía a esa edad; no recordaba lo cerca que se está de la libertad cuando crees que todo es posible y siempre hay ganas y  entusiasmo; no recordaba como la simplicidad e inocencia de la niñez otorgan calidad a la vida. Por aquel entonces no entendía como los adultos se complicaban tanto la existencia y me prometí no hacerlo… pero después creces, pierdes el verdadero sentir y dejas que las experiencias te limiten. ¿Creces? No, no creces, solo pasan los años mientras te alejas del niño que tiene en su mano la respuesta a todo lo que realmente deseas.

Esa voz que me atormenta no es más que la niña que me recuerda que para crecer hay que empezar a desaprender y volver a la edad en la que la inocencia te despoja de todos los temores que no nos permite avanzar.

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