A la idea del trabajo le he dado muchas vueltas.  Es que trabajar es un verbo complejo y engañoso; que, como un péndulo se mece entre los contrarios de Heráclito: entre lo agradable y lo aterrador, entre la riqueza y la pobreza y la esclavitud y la libertad.   Trabajar es un buen o mal negocio donde se entrega la vida a cambio de dinero: mucho o poco. Entonces,  empiezan las deudas: el coche, el alquilar del apartamento y las vacaciones.  Hay que recuperar fuerzas para recorrer el círculo infinito del eterno retorno:   ir al mismo sitio, en el mismo horario y hacer lo mismo día tras día hasta lograr la pensión.  

Recuerdo que cuando estaba en bachillerato quería ser artista.  Soñaba con cantar, pintar; nada que tuviera que ver con medicina, derecho o ingeniería.  La familia en pleno aseguraba que moriría de hambre.   Entonces, en la pesca milagrosa,  encontré la publicidad y fui feliz.  En el último año de universidad, soñaba con empezar a trabajar.  Me imaginaba creando conceptos que pasarían a la historia  y ganando dinero para no depender de nadie.  Nada más lejos de la realidad, pues lo que empecé fue un viacrucis emocional.   Toqué todas las puertas de las agencias de publicidad.  Nadie quería saber de mi por la inexperiencia obvia de una recién egresada.  Por fin, el amigo, de un amigo, de otro amigo, me recibió y permitió que trabajara con él.  

__ Doriiiiisss   dígale a esa niña que venga.  Le gritó el jefe a la secretaria.   Ella me miró con cara de angustia, pero tratando al mismo tiempo de ser afectuosa y comprensiva.   Me indicó la puerta al final del pasillo y embozó una sonrisa un poco forzada, pero repleta de buenas intenciones.

Saludé amablemente a ese hombre obeso, rubio y mal encarado  que se encontraba aplastado en la silla detrás de un escritorio bastante desordenado.    Esperé una sonrisa que no apareció y a cambio recibí un disparó desconsiderado, directo al pecho, de dos palabras y una conjunción.

__¡Siéntese y mire! dijo.

Me senté muy obediente y esperé instrucciones

__ Vea niña.  Uno nunca sabe nada cuando sale de la universidad. Así que mire y aprenda.  Y allí permanecí sentada sin entender exactamente qué era lo que estaba aprendiendo.

Al  final del día regresé a  mi casa completamente agotada de no hacer nada.  Mis padres no veían la hora de saber cómo me había ido.   Traté de disimular mi desconcierto, pues tenía la esperanza que el día siguiente fuera mejor y pudiera decirles lo feliz que me sentía por trabajar.  Nada cambió y después de mirar seis meses y no recibir salario, me cansé y me fui.  

Pero …¿qué era trabajar? 

La segunda oportunidad laboral fue también en publicidad.  El salario no alcanzaba ni para pagar el transporte.  Cuando estaba con suerte mi padre me llevaba.  Los demás días iba en bus.  No podía moverme en todo el trayecto. Los pasajeros nos sosteníamos unos a otros, apretujados en el pasillo.  

Mi jefe era la esposa del dueño.  Una mujer graciosa, amable y alborotada, pero era la esposa del jefe y había que estar alerta.   En una oportunidad, me hizo firmar un papel donde me comprometía a aparentar ser,  lo que yo no era.  Me obligaban a  usar zapatos altos, camisas manga larga y abotonadas hasta el cuello y además, tener mi pelo recogido.  Yo tenía 21 años y parecía mi abuelita.  

Allí estuve ocho meses. Después de unas vacaciones mi padre me llevó hasta la puerta de la oficina.   Cuando llegamos, se me encharcaron los ojos como si fuera mi primer día de colegio. No quería bajarme del coche.  No quería ir.  No quería trabajar.  Pues trabajar sólo me hacía llorar, desvelar y sufrir. 

__ Lucerito, pero ¿por qué estás llorando?,  dijo mi padre.

__ Pues… porque tengo que trabajar…pero no te preocupes papá …yo se que el trabajo es muy duro y tengo que aprender.  

Me miró directo a los ojos y con la dulzura de mi chocolatina preferida dijo:

__  Hazme un favor, vas a subir esas escaleras y caminas directo a la oficina de tu jefe y le dices que no piensan continuar trabajando allí ¡que renuncias! ¡Pero eso si!  hay que salir bien de todas partes.   Pregúntale que hasta cuándo debes quedarte para no generarle ningún inconveniente.

Lo miré con ojos de ¡Muchas Gracias!  Lo abracé con todo mi amor y  le di un beso. No me importó que su barba chuzara mi mejilla y concluí que el mejor día en el trabajo era el de la renuncia.  

Tres meses pasaron y me contrataron de directora de publicidad en un empresa de confección.  Ganaba el doble, pero igual seguía siendo una miseria,  aunque ya podía pagar el bus. Todo iba perfecto hasta que al segundo año el dueño me tiró los perros.  Lo que se llama ahora acoso laboral.  Hasta ahí llegué.  Pues la situación se volvió insoportable. 

Pero … ¿esto era trabajar? 

Como siempre había escuchado que trabajar era muy duro, concluí que tenía que aguantar. Pero presentía que si esto seguía así, moriría pronto.

Continué trabajando  en diferente sitios después de muchos ires y venires,  rescaté un libro de cocina inédito, que me había regalado un tío antes de morir.  Ese libro salvó mi vida laboral.  Fue mi inspiración. 

IMG_3433.jpgIMG_34321.jpg

IMG_34342.jpg

Hoy a mis cincuenta y tantos años dedico los días a lo que me gusta:  las conservas de tomate y la escritura.  Amo mis tomates, la cocina, las ollas, las especies, los frascos, y las reuniones sociales que terminan con una sopa caliente con queso parmesano y albaca fresca. Con la escritura recorro el tiempo y el espacio como quiero, sin rendirle cuantas a nadie. 

El trabajo es levantarme a disfrutar lo que me gusta y la plata llega por añadidura.

FIN

PERDÓNEME DON OLAFO

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus