Si la mar fuera de vino…

Si la mar fuera de vino…

Miguel Matz

12/06/2016

Si la mar fuera de vino

todo el mundo sería marino

El oficial -Pedro- era un comediante; en su juventud iba de pueblo en pueblo, formando pareja con otro cómico, actuando en multitud de escenarios de ferias y teatros; hasta que su compañero sentó la cabeza, se casó y se deshizo el dúo. Contaba chistes, imitaba a famosos y bailaba con una gracia tremenda. Sólo le superaba -en el baile- el camarero del barco: Ángel, un prototipo de «latin lover», una especie de Travolta. Tan perfecto físicamente como mentalmente limitado; muy buena persona y tremendamente crédulo. La víctima ideal  para las inocentes bromas de Pedro y los crueles engaños de las prostitutas de los puertos, de las que se enamoraba como un colegial.

¡Hay que ver lo qué es la vida, Don Pedro! Esta frase repetida durante cualquier momento de silencio que se le antojara largo, resumía toda la profundidad del pensamiento filosófico de Ángel; luego venían una serie de suspiros profundos por el dolor del amor ausente.

En navegación, a Pedro le correspondía la guardia de 4 a 8 y cada mañana, al subir al puente iniciaba el mismo ritual:

Cruzaba los brazos acariciándose los antebrazos, soplando con fuerza como si estuviera helado, se acercaba al termómetro y mirando la temperatura comentaba:

– ¿Qué frío hace, no? -el termómetro marcaba 40ºC.

Al marinero de su guardia ya no le sorprendía esa destemplanza.

– Pascual, ¿por qué no sube algo para calentarnos?, ya sabe, de mi camarote.

Utilizando el mismo tapón de la botella de ginebra se tomaban unos cuantos chupitos, hasta conseguir vencer el frío tropical. La botella se devolvía a su lugar antes de que le diera por madrugar al capitán.

Entonces empezaba el espectáculo. Cualquier pequeña variación del paisaje marino: el salto de un delfín, una nube en el horizonte, un pez volador; le servía de base para iniciar su sarta de comentarios jocosos, chistes, imitaciones y bailes variados. lo que le salía bordado era parodiar al capitán, al hacerlo, colocaba las manos abiertas a lado y lado de su cabeza, indicando el tamaño desproporcionado de esa parte del cuerpo del «viejo» -El capitán era más joven que él, pero en los barcos siempre se les nombra así.

Con tanta charla y ginebra se le solía secar la garganta, entonces enviaba al marinero a llenar el botijo. Era éste un trabajo que aquella tripulación consideraba denigrante y como venganza hacia «los de arriba» escupían dentro cada vez que se les mandaba.

El naviero se dedicaba al tráfico de armas y aunque los beneficios eran cuantiosos, no le entraba en la cabeza la idea de repartir algo para compensar a los que se arriesgaban a cruzar la mar con aquel arsenal, declarado en aduana como «casas prefabricadas». La consecuencia era que se enrolaba «lo mejor de cada casa», como decía irónicamente Pedro.

A las 17:30 subía el capitán al puente a hacer el relevo, mientras el oficial cenaba en compañía del maquinista de guardia.

La navegación por el Atlántico discurría en calma, con ligera mar de leva que al venir de través mecía suavemente la embarcación; esto era motivo para que el oficial, cada vez que le servía la sopa el camarero, elevara la vista, como mirando hacia el puente y moviendo la cabeza con desaprobación comentara:

– Ya está el viejo paseando su cabezón ahí arriba…

Aquel día, el camarero suspiraba más de lo normal, se le veía nervioso y triste, finalmente no se pudo contener y le dijo al oficial:

– Don Pedro, ¿es cierto que nos han cambiado el viaje y ya no iremos a Chile?

-¿Cómo?, ¿tú por qué sabes eso?, ¿te lo ha dicho el capitán o el telegrafista?

-No, Don Pedro, es que al limpiar su camarote he visto un papel sobre la mesa que lo ponía.

-¡Pero cómo te atreves a leer mis documentos!,¡ni se te ocurra comentarlo con nadie!¡Qué sea la última vez que fisgoneas mis cosas!

De nuevo en el puente se lo explicó al marinero entre grandes carcajadas:

-¡Ja, ja, ja!, ¿Cómo no lo iba a leer si lo escribí con rotulador rojo y letras de palmo?

El camarero tenía su gran amor del momento esperándole en Antofagasta y llevaba un cargamento de regalos para ella, la había conocido en el viaje anterior y pensaba casarse en cuanto le diera el sí.

-Ésta sí que es una chica decente, Don Pedro, no como las anteriores, esta vez he tenido suerte.

-¡En donde la conociste?

-En un bar cerca del puerto, uno con luces rojas, ella trabaja allí.

Los días fueron pasando sin grandes variaciones, el barco seguía su rumbo hacia la isla de Sombrero que era el punto de recalada. La rutina se siguió repitiendo como si fuera una ceremonia obligada, el frío abrasador, el desayuno de ginebra…Algo si cambió, ya no se enviaba al marinero a llenar el botijo, aquel recipiente le daba un sabor raro y los oficiales dejaron de beber de él, aunque los timoneles siguieron con la costumbre de usarlo de escupidera.

Ángel sirvió la sopa, que a causa de un balance inesperado se derramó, en parte, por el mantel.

-¡Chit! -El oficial miró hacia arriba- ¡Ángel, haga el favor de decirle al viejo que deje de moverse!

El camarero salió a buscar el segundo plato, o eso pensaban los comensales. Al poco rato apareció el capitán en el dintel de la puerta de la cámara, la cara roja y desencajada quién formando con las manos un paréntesis donde se juntan las piernas gritó:

-¡Pues los huevos los tengo más grandes todavía! 

Al subir Pedro al puente le temblaban las piernas, no hubo más comentarios, el viejo se fue sin mirarlo siquiera.

A Pedro se le había secado la garganta con la impresión, comprobó que el botijo estaba lleno, abrió la boca y lo elevó sobre su cabeza ante la atónita mirada del marinero que vio como descendía un hilo de líquido viscoso hacia su destino.

FIN

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