Llegue de visita, a casa por navidad¡¡¡, como ocurre a menudo con esta generación errante en la búsqueda de valoración de las habilidades y conocimientos adquiridos. Bueno, eso fue al principio del éxodo, ahora nos vamos sólo para tener trabajo.
Y regresamos como el turrón o las torrijas, para llenar la maleta de chorizo para las lentejas, de respuestas inciertas a la pregunta: “Y cuando regresas hija?” y de esos besos a dos manos que te aprietan la cara.
Pero no esa vez. Esa vez fue diferente.
Nosotros los errantes parecemos esperar que todo siga igual en ese lugar a veces añorado al que llamamos casa. Y normalmente así es, pero no en esa ida.
– Mama¡¡¡¡ A papa se le rompió el reloj.
– Normal, lleva toda la vida con el mismo.
Y cancelé el billete de vuelta. Y cambié ciudad de México por Salamanca. Y volví a casa a revivir la adolescencia a los cuarenta. Y pasé a engrosar las listas del paro. Y cambié mi cómoda vida de soltera sin hijos por la de madre. Y cambié de profesión. Y dejé de hacer vestuario para culebrones mexicanos y de dibujar planos de huertos en azoteas para ser cuidadora.
– Joder, cuanto tiempo sin verte¡¡¡ Estas de visita?.
– No, vine para quedarme.
– Y que vas a hacer? Tienes algo pensado?
– Bueno, si, soy la cuidadora de mi padre.
– Ah
Si, la cuidadora de mi padre. Me pagan unos 30€ al mes y puedo voluntariamente darme de alta en la seguridad social por solo 165€ al mes pero sin derecho a paro ni bajas.
Y aunque echo de menos miles de cosas, odio unas cuantas y adoró solo unas pocas, es el mejor trabajo que he tenido en mi vida¡¡¡.
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