El viernes era la fiesta de mi empresa, pero yo excusé mi asistencia por una razón que cualquier jefe mínimamente humano comprendería: “Tengo una orgía dentro de media hora en mi casa y no quiero que empiecen sin mí”.
Permitan que me presente. No les daré mi nombre, ni mi número de dni: soy un tímido. Por eso organizo fiestukis en casa, invito a la chica que me gusta y otras cuarenta personas (no, no me llamo Alí Babá ni estoy metido en política) y trato de pegar la hebra, entre revolcón y revolcón. Cómo explicárselo de forma que me entiendan: en mis orgías intervienen multitud de miembros, hay brazos, piernas, y otras partes del cuerpo humano que no voy a nombrar –no porque no tengan nombre, que lo tienen y muy claro, sino porque la enumeración puede ser muy extensa y los más pequeños se van a tener que ir a la cama, sin sacar nada provechoso de este relato escrito para un público de todas las edades.
Así pues, me referiré a la multitud de …que cubre los amplios colchones distribuidos por mi apartamento como “un mar bravío de brazos y piernas entrelazados, habitado de tatuajes, lunares, pecas, pústulas, granos y espinillas”.
La orgía de este viernes era importante. Por fin me había atrevido a decirle algo a quien creo será el amor de mi vida, pero entre tanto mar bravío me resultaba imposible de alcanzar. A las encrespadas piernas acompañaban gemidos y gritos, y yo empecé a recitar versos para llamar la atención de mi amada, que me miraba sin pestañear. El ruido iba en crescendo, aunque no me gusta hablar de “ruido” para referirme al coro de placer y arte que formábamos en alegres parejas, tríos y olas interraciales e intergeneracionales, de todos los tamaños y profundidades.
El ruido del “mar” (ya he dicho que es una metáfora) alcanzó tal nivel que alguien gritó, sacándose una ola de la boca “¡¡¡Qué alguien abra una maldita ventana!!!”. Ícaro resolvió la situación. Al dar las 19h, el cuco del reloj de cuco – Ícaro- cantuvo, pero en vez de volver a su refugio se lanzó contra una ventana maldita, la atravesó y puso rumbo al sol, con alas de titanio. Esto tuvo un efecto inesperado que conviene detallar. Tras el pájaro, por el cristal roto, salió una nube opiácea que descargó la atmósfera del apartamento de seres irreales, reduciendo la orgía a su tamaño real: no había elefantes rosas con dos pistolas, no es tan fiera la leona como la pintan, y aunque los comienzos nunca son fáciles, pude acercarme a mi amor y acercarme, y seguir acercándome, porque los brazos y piernas entrelazados que me impedían avanzar simplemente se habían desvanecido.
Hoy es lunes, y tengo el corazón roto. Mi amor ni siquiera era mi amor. Tampoco su mejor amiga. En su lugar había mandado una muñeca hinchable, sin conversación ninguna y una anatomía francamente incompleta, aunque con un tatuaje en un tobillo realmente estiloso, del que sigo perdidamente enamorado. La observé largo rato, y cuando los semáforos de mi calle volvieron a recobrar colores normalizados y la calidad del aire en Bilbao recuperó el valor de “ona” (buena), la llevé a objetos perdidos; porque una cosa es que no sea mi amor y otra bien distinta que no sea el amor de nadie.
En comisaría me pidieron detalles, muchos detalles y al final me pusieron un siete y medio sobre diez. Como habían reducido la plantilla, me cedieron una agente de 54 mm que diría “Ku-Ku” en lugar de Ícaro, con lo que se reduciría también la lista del paro y aumentaría la difusión del euskara. Nunca esperé tanta generosidad.
Por mi encantado de sacar a alguien del paro. Además, ¿y si el amor de mi vida mide 54 mm? ¿Tendré que mermar para ser feliz? Hace un rato me han dado el finiquito, que no es ni un ascenso ni un descenso, ni un mar bravío de brazos y piernas entrelazados, aunque algo de pus sí que tiene… Ahora bailo la conga frente a la oficina del INEM, y he empezado a redactar mi currículum, de lo más reciente a más antiguo. Esta es mi primera página, yo que nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi cantar…
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