– Va a salir a subasta la explotación del Café-Bar del centro cultural porque quien lo lleva no quiere seguir con ello – Me comentó un día cualquiera un compañero de trabajo.     – Realmente me parece que tampoco le ha sacado mucho partido, yo le habría dado más vida, enfocándolo de otra manera, más participativo, más cercano a la gente.

     –  Puede ser, ¿tú crees que serías capaz de llevarlo?

     -¿Porqué no? Es cuestión de planteárselo e intentarlo.

     Y aquí terminó dicha conversación, una charla entre compañeros para comentar un suceso.     

     No recuerdo cuanto tiempo transcurrió tras estos comentarios, pero si recuerdo que mi contrato estaba a punto de finalizar, me quedarían quince o veinte días a lo sumo y así como quien no quiere la cosa, el mismo compañero, me sugiere una mañana que me quede yo con el centro y su explotación, me explica las condiciones y los requisitos y sin pensarlo ni mucho ni poco le digo que si. 

     ¿Es buena idea, mala? Ni lo he pensado un momento, no he reflexionado ni cómo hacerlo, ni cuánto me va a costar, nada, nada de cavilaciones, me he tirado a la piscina sin mirar si había agua, de cabeza con todas las consecuencia. Pero lo realmente importante es la ilusión de comenzar algo nuevo, diferente. ¿No tengo experiencia? Todo se aprende, ¿No sé por dónde empezar? Se pregunta. Y terminado mi contrato casi con prisas preparé la documentación, me dí de alta como autónoma, realicé el cursillo para obtener el carnet de manipulador de alimentos y allí, frente al edificio, me encontré una mañana con las llaves en la mano y la espalda llena de buenas intenciones.

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     No tuve que molestarme buscando proveedores, los suministradores de otros locales fueron a visitarme y ofrecerse para prestarme sus servicios y yo muy agradecida acepté, y con el mínimo de suministros y mi siempre buena voluntad coloqué el cartel de «Abierto» un mes de Abril. Los primeros días me sentía como si fuese otra, un poco despistada sobre todo con el registro de las consumiciones y el cambio, pero mis clientes, amigos y vecinos, tuvieron paciencia conmigo y mis equivocaciones e incluso me sugerían cómo podía hacer tal o cual cosa para que me resultase más fácil, aconsejándome por ejemplo las bebidas más usuales, y yo respondía siempre con entusiasmo y la mejor de las disposiciones. Les preguntaba por sus preferencias para tener bien abastecido el bar siempre a gusto del cliente. Innové en la realización de tapas para acompañar el refrigerio y tenían sobre la barra frutos secos para disfrutarlos aunque no consumiesen en ese momento. Los clientes se convirtieron en buenos amigos y aprendí sus gustos y preferencias para que se sintiesen como en casa, una casa que fue tomando cuerpo con su participación, buena conversación y entretenidas discusiones.

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     Conté con la colaboración de una amiga de la infancia y de mis hijos, con sus ideas y ratitos de relevo a mantener y atender el local por que, en poco tiempo aumentaron los clientes, mi trabajo se duplicó entre cocinar aperitivos, las compras, los eventos y las fiestas que organizábamos, ya no era un pequeño bar al que se iba a pasar el rato, se convirtió en un local de encuentro, gente tranquila que conversaba en las mesas, jóvenes que reían frente a una cerveza bien fría, chiquillos jugando al futbolín, campeonatos de billar, de dardos, concursos de disfraces, karaokes cuando el tiempo era fresco para salir a la intemperie, fiestas de cumpleaños, terracita con raciones al aire libre en las tardes-noches de verano, fiestas con regalo sorpresa para fidelizar a los clientes; Trabajo, mucho trabajo que aunque en ocasiones agotaba me indicaba que lo estaba haciendo bien, que la gente respondía a mi esfuerzo y dedicación; Era fabuloso sentirse parte de un gran proyecto que entre todos supimos construir para integrar a la comunidad de un pueblo pequeño a impedir, de alguna manera, que se fuesen fuera ofreciendo una alternativa al clásico bar de aceitunas y patatas fritas.     

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     Y en ese estado de euforia total entró en vigor la Ley 28/2005 de 26 de Diciembre, sobre medidas frente al consumo de tabaco en locales públicos. Ilusa de mi pero siempre muy democrática, realicé junto a mis clientes, tan ignorantes como yo sobre dicha cuestión, una consulta o votación para decidir si se fumaría o no en el local, y entre risas y muy variados comentarios el resultado fue un «SI» rotundo y contundente, por lo que juntos en comandita decidimos que se continuaría proporcionando al habitáculo la imprescindible corona de humo, imperceptible para los fumadores, que flotaba en el ambiente sobre nuestras cabezas; Y todos contentos y felices comiendo perdices y mis deliciosos aperitivos que agradaban por igual a vegetarianos y carnívoros, seguimos con nuestro vicio, en ese momento absolutamente legal, pasando unas encantadoras navidades con sus consabidos brindis por la buena salud y prosperidad del año venidero.

     Se presentó el recién estrenado año y nosotros, ajenos a la imposición de dicha ley con conocimiento o sin él, creamos un vínculo de rebeldía colectiva por el pecado cometido o por cometer y el gusanillo en el cuerpo alborotado por la transgresión con las reglas sociales y prohibición expresa en éste caso, haciendo uso de la libertad y libre albedrío seguimos fumando. Y en un acto de venganza contra nuestra felicidad por parte de las autoridades, llegó, cual tormenta de verano, una amonestación sin punición pecuniaria excesiva, que mi bolsillo agradeció, para refrescarme la memoria y recordarme atendiera debidamente a las leyes. Consecuencia de lo cual los clientes subían a tomarse una cervecita, a saludarme, a seguir debatiendo y deleitando sus paladares con manjares varios, pero faltos del humo de sus amores no volvían a tomarse la segunda y menos aún la tercera por lo que el sueño se desvaneció y como decía la letra de una canción

               «Despiértate, olvídalo,

                         aquello nunca sucedió,

                                    todo fue una ilusión»

                         MERCEDES REYES GARCÍA ABAJO

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