Ayer tuve un sueño

Ayer tuve un sueño

Andrés Blanco

27/05/2016

Basam soñaba últimamente, noche tras noche, con grandes campos repletos de arroz. Es curioso que nosotros, los occidentales, asociamos el soñar con arroz con la prosperidad, la abundancia y con los buenos presagios; pero el caso de Basam era muy diferente, para él era casi una pesadilla.

El muchacho tenía nueve años y llevaba casi cinco trabajando en los campos de arroz cercanos a su aldea; parecerá una ironía de la vida, pero para su corta edad, el chico llevaba más de media vida trabajando; y trabajando duramente. El trabajo en los campos era muy severo; Basam cosechaba con viejas y anticuadas hoces, y aún trillaba y limpiaba el cereal a mano. El agricultor local que se encargaba de organizar y controlar el trabajo de todos los chicos se llamaba Samouka, y siempre se estaba quejando de que todos serían más felices si dispusieran de máquinas descascarilladoras y material más moderno para sus labores, pero este material nunca llegaba. En realidad Samouka era un buen patrón, pero sus peticiones de mejorar las condiciones de los suyos siempre caían en saco roto frente a sus jefes, quienes siempre le contestaban que los precios del arroz bajaban año tras año y no había dinero para nueva maquinaria.

La aldea de Basam no estaba a más de cinco kilómetros de los campos, con lo que el muchacho corría desde antes del amanecer hasta su trabajo, junto con otros muchachos de su aldea, y regresaba del mismo modo antes de que anocheciera. Siempre corrían a gran velocidad por muy cansados que estuvieran, y siempre juntos con palos en las manos, por lo que pudieran encontrarse. Este era el día a día de Basam y los demás compañeros; severo, duro, incluso cruel.

Al llegar a la aldea, antes de cenar, Basam siempre abrazaba a su hermano mayor Jabari, cuyo nombre significa ‘valiente’, y a fe que el nombre le venía que ni pintado. Jabari había perdido una pierna desde la rodilla hacia abajo ya que en la cosecha del año anterior se interpuso entre su hermano Basam y una enorme serpiente venenosa que se había colado con malas intenciones en el arrozal. La mordedura fue gangrenando el tobillo en muy poco tiempo, pese a la ayuda de su hermano Basam en recorrer a toda prisa la distancia con su aldea cargando con su hermano a cuestas. Jabari había salvado a su hermano, y este también le salvo la vida a Jabari, aunque lo que no pudieron salvar fue su pierna. Basam consideraba a su hermano un héroe y le amaba con locura, siendo el mismo sentimiento recíproco de Jarabi hacia él.

A partir de aquel desgraciado suceso la vida de Basam comenzó a cambiar. Coincidió que a la aldea llegaron, en los meses de germinación del arroz, unas misioneras europeas que comenzaron a escolarizar a los niños más pequeños, que aun no tenían edad de ir a trabajar en los campos de arroz.  Jarabi, al estar impedido comenzó su escolarización con ellos. Por las noches Jarabi contaba a su hermano todo lo que aprendía en la escuela y Basam comenzó a descubrir un mundo diferente, lleno de informaciones nuevas que alimentaron su conocimiento, su fantasía y su imaginación. Los angustiosos sueños, en los que Basam no podía avanzar hasta reunirse con su hermano ya que tenía los pies hundidos y clavados en el arrozal, desaparecieron y dieron paso a un sinfín de sueños mucho más felices y motivadores.

Meses más tarde, coincidiendo con el florecimiento del cereal, Basam y Jarabi conocieron por fin a su abuelo Mamadou. Este llevaba los últimos diez años alejado de la aldea trabajando de chofer para los hombres blancos en una lejana capital centroafricana; pero su avanzada edad hizo que regresara a la aldea, ya jubilado, con los suyos. Los chicos, que desde su nacimiento no habían conocido a su abuelo, pronto quedaron fascinados por todas las historias que él les contaba, historias de grandes pueblos, de maravillosas ciudades y del mundo en general. La curiosidad de ambos chicos no tenía límite y el abuelo parecía saber cualquier cosa que ellos preguntaran. Sin lugar a dudas Mamadou era para ellos el hombre más sabio que habían conocido y se sentían muy orgullosos de que aquel hombre tan sabio fuera su abuelo.  

Durante los dos años siguientes la vida de Basam y de Jarabi mejoró sustancialmente. Los días de estudio transcurridos en la escuela de las monjas europeas y las conversaciones con Mamadou hicieron que Jarabi aprendiera a leer y escribir con gran velocidad y soñara con aprender mucho más. Jarabi soñaba con abandonar su aldea y poder ir a estudiar a la capital de la que su abuelo le había hablado tantas veces. 

Por su parte Basam siguió trabajando en los duros campos de arroz, pero algo había cambiado en él. Mamadou era un gran aficionado al boxeo y noche tras noche contaba a su nieto las bondades de tan noble deporte y también le contaba la vida y milagros de grandes boxeadores y sus mejores peleas, que él había logrado ver en aquellas cajas mágicas que los blancos llamaban televisiones. Basam comenzó a soñar con que él sería un gran boxeador, como aquel hombre del que su abuelo no paraba de hablar, un tal Cassius Marcellus Clay, que con el tiempo cambió su nombre por Muhammad Ali.  

Basam soñaba con ser un gran hombre fuerte que ganaría peleas y dinero por todo el mundo para poder comprar televisiones a su familia donde ellos pudieran verle pelear. Soñaba con ser un hombre fuerte capaz de defender a su querido hermano Jarabi de cualquier serpiente que se atreviera a incomodarle, y soñaba con tener suficiente dinero para comprar a Samouka aquellas maquinas descascarilladoras y aquel moderno material  del que siempre se quejaba no tener.

Un día Basam le dijo a su hermano — ¿Sabes Jarabi, ayer tuve un sueño?

¿Qué soñaste Basam? – preguntó Jarabi. 

Soñé que era un gran boxeador – sonrió Basam. Soñé que era el mejor boxeador.

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