Yo de mayor quería ser un camaleón de esos que se ven en los documentales de naturaleza, tener ojos que lo vieran todo en 360º y esas manos tan hábiles capaces de llevarte a cualquier lado, la única pega que tenía era que hacer con toda esa energía que un hiperactivo generaba.

A día de hoy, he conseguido acercarme pero sin lograr que mi piel se mimetice todavía, aunque no he perdido la esperanza, eso es lo penúltimo que se pierde. Nací en la mancha entre vides y olivos, me crie como los lagartos bajo un sol desquiciante que acabó por convertirme en un lunático empedernido e insomne después. Había mucho espacio para correr y como todos los caminos llevan a Roma. Cuando acababa el colegio partía para la oficina que era el polideportivo donde entrenaba atletismo. Mi tío Nano era el mejor profesor que nadie podría haber tenido. Me enseño sobre el esfuerzo y la constancia, sobre perseverar hasta lograr la meta o cualquier objetivo, sin rendirse por muy duras que fueran las circunstancias porque la palabra imposible solo será un compuesto más del vocabulario.

La mancha

Después en la universidad todo fue más complicado para compaginar. La ingeniería industrial sirve para casi todo, lo mismo sirve para un roto como para un descosido. Pensaba especializarme en mecánica, pero mi hermano mayor la terminó primero y el miedo vino a continuación.

Le metieron en una oficina, le cortaron el pelo y le pusieron corbata y traje. Cuando ellos creyeron que era válido para el puesto, le pusieron a rellenar información en un ordenador sin ni siquiera preguntarle si le apetecía olvidarse de las derivadas y las integrales. No se preocuparon de si sabría llegar a la luna gracias a mis planos o si descubriría alguna forma de energía alternativa. Le sentaron a criar barriga y barba, a comprar trajes y corbatas, a pisar los sueños como quien pisa cristal. Haciendo ruido sin más.

Yo me fui de casa.

Nuevos aires.

No acabaría saliendo y entrando en una cárcel como si fuera una partida de monopoli con tres casillas. Yo iba para camaleón y como un Mortadelo más fui encontrando disfraces. Empecé como no en un cine. Había pocas responsabilidades y mucho tiempo libre. Trabajaba la media jornada y hasta que se volvió en insuficiente para mantenerme, disfrute bastante visualizando películas gratis en mi tiempo libre hasta con derecho de palomitas y todo. Sólo necesitabas tener buena sonrisa y no hacer muchas preguntas, así que al tiempo había pasado por todos los puestos menos el de gerente. Era como el chico comodín que incluso hablaba idiomas. Había alcanzado la primera transición para ser un mutante. Después como quien enciende una mecha me metí a la vez en un turno de noche de la estafeta de un banco escrito en siglas, logrando  así remunerar  el insomnio y encadenarlo al curro de día. Incluso estaban cerca, solo tenía que cruzar una autopista, mezclaba devoción con aventura en esos días donde no existía el tiempo, tan solo una vorágine de entretenimiento.

Empalmaba las entradas con las salidas, pasaba de vender ocio a clasificarlo. Teníamos grandes jaulas de metal con ruedas y transpaletas para nuestros juegos, clasificábamos cartas y cheques como Bukowski y corríamos por los pasillos como los pilotos de fórmula uno. La única norma no romper el equipo. Éramos jóvenes y alocados a la vez que prudentes y responsables. Una dudosa combinación que nos mantuvo ocupados más de un año.

Ciclo sin fín

Cuando llego el siguiente otoño yo ya había mudado la piel y varios uniformes. Tocaba partir hacia otro objetivo en Madrid y como siempre usaba el tren por mis antepasados ferroviarios. Acabe en Ciempozuelos pero no en su sanatorio mental, sino en casa de mis tíos. Volví a estudiar para no perder la práctica, restauración el plato escogido. España es el país servicios por antonomasia, sólo podría ganarte el esperpento, la corrupción y el funcionariado a dedo.  Así que me puse a servir, mezclaba las clases con la barra, tanto en un lado como el otro, fui borracho antes de camarero porque me parecía más difícil lo de fraile antes de santo. Básicamente por la tenencia de antecedentes y la aversión al celibato. En eso soy mucho mas budista dar amor y cuidar el mundo. En la barra tuve tantos éxitos como fracasos. Ponía las mejores cervezas en cualquier formato, todo el secreto estaba en la espuma y servir sus tres fases.

Hasta las mujeres me felicitaban por las mierdas que proporcionaba a sus maridos porque luego eran más cariñosos. Fue una época extraña, pero cuando hay alcohol de por medio, o hay sangre o recuerdos borrosos, no tiene término medio. Por lo que sin darme cuenta deje el trabajo simple para adentrarme en el apasionante mundo de las cocinas.

Juguetes.

Viene a ser como el ejercito, pocas preguntas y mucho respeto. Andabas siempre por la cuerda floja como un funambulista pero si evitabas hacer las cosas mal, te ahorrabas comer marrones y en cambio probar cosas con fundamento.

Cocina.

La cocina es a las matemáticas lo que la pastelería a la química. Era fácil de entender  y complicado de practicar. Con el tiempo hasta coges velocidad y cambias la seguridad de la tortuga por la adrenalina de la liebre y si evitas los cortes y las quemaduras, casi todo lo tienes echo. Hasta que me hice buen profesional, alternaba los pucheros y las ollas con estructuras y montajes de espectáculos. Cuesta llenar un folio de vida laboral por eso ya debo de ir por la tercera página. La palabra extra, tiene gran importancia y huir del paro la mayor carrera entre todas. Así que tramoyista, montador, electricista y saltimbanqui fueron metidos en el baúl de los recuerdos.

Camareros.

A mis 32 ya he sido jefe y me han despedido sólo dos veces… Valga reconocer que nunca por mi culpa. Siempre he sido especial como la canción del pirata cojo de Sabina. Sólo hay que saber escuchar y seguir el ritmo de la música en mil palabras.

Mil palabras

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