El 07 de septiembre es nuestro aniversario. Cada vez que escucho la canción de Mecano lo recuerdo.

Era apenas un niño, con diecinueve años recién cumplidos, con el título profesional bajo el brazo, con más teoría que conocimientos empezamos juntos nuestra andadura.

El Sr. Rodríguez era el jefe de turno. No era mucho mayor que yo, tendría unos veinticuatro años. Gustaba de denominarse “segundo de a bordo”, ya que el titular del despacho apenas acudía por el mismo.

Por aquellos tiempos, el despacho era el reino del Sr. Rodríguez, y como reino suyo que era, en el mismo sólo se hacía lo que él mandaba.

Las conversaciones entre compañeros estaban prohibidas, oír la radio estaba prohibido, comer en horario de oficina estaba prohibido,  enfermar estaba prohibido, ausentarse del trabajo, hasta que el superior lo indicara, estaba prohibido.

— Usted sabe cuando se entra, no cuando se sale, así que evite quedar con los amigos o con la novia. Aquí se viene a cumplir—. Solía decir.

 El titular del despacho únicamente aparecía un par de horas por la tarde, durante las cuales el Sr. Rodríguez se dedicaba a vomitar todos los errores cometidos por los empleados, provocando con ello tremendas broncas al inepto de turno.

Mi puesto de trabajo estaba situado en un pequeño habitáculo sin ventilación ni luz del día. La estancia sólo estaba iluminada por un par de focos fluorescentes, parpadeantes, situados en el techo y la luz verde fosforito que desprendía un viejo ordenador.

El mobiliario estaba compuesto de un tablero de melanina color blanco, que  hacía las veces de mesa, junto con una silla rígida, sin reposabrazos. Un almanaque deshojado adornaba las paredes desnudas.

 Las cajas apiladas por doquier, llenas de facturas me dieron la bienvenida. A partir de ese momento se convirtieron en mi única compañía, sepultando  en aquel instante mi vida.

En ese momento comprendí perfectamente la expresión “ratón de biblioteca”, yo comencé a sentirme así, rodeado de libros contables.

Me fue asignada la tarea de llevar la contabilidad de trece empresas, el archivo de facturas y cualquier otra tarea administrativa que fuese necesaria. Como todo novato, era el chico de los recados.

El salario fluctuaba como si los altibajos de la bolsa le afectaran, unos meses eran treinta mil pesetas, otras veintitantas. Y siempre llegaba con retraso.

Hoy es 07 de septiembre otra vez. Ya han pasado treinta años de aquello.

Ya no soy aquel niño, mis cabellos están canos, mis ojos sufren de presbicia y tengo artrosis en las manos. Cual abuelo relato a mis jóvenes compañeros batallitas del pasado.

A veces escucho sus risas por lo bajini. 

Sin saber cómo ni cuando me convertí en un dinosaurio.

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