Cierto día, allá por el año 60 y pico, fuimos designados tres Ricardo, un jefe y dos administrativos, a realizar una tarea diferente a la habitual que hacíamos en la Comuna Capitalina.

Se trataba de preparar un remate de camiones, autos, motos, motores, en desuso y chatarra que estaba acumulada en distintas dependencias de la misma.

A las siete de la mañana, rigurosamente, de lunes a sábados, dos camiones municipales con su capataz y varios peones me recogían en mi domicilio y durante la jornada preparábamos la mercadería a subastar o acarreábamos la misma a un lugar predeterminado.

Esa fue la primera etapa; luego loteábamos, junto a los rematadores designados, cada uno de los elementos y los registrábamos.

Después comienza la etapa de la exhibición y allí estábamos, como el primer día, mostrando y asesorando a los visitantes interesados en los distintos lotes.

Y llegó el día del remate, cada uno en lo suyo, ya establecido de antemano y ayudando a los subastadores y a los compradores, llenando boletas, certificando la compra y cobrando la seña preestablecida.

Así una y mas jornadas, acumulando conocimientos  y experiencias.

Allí nació el amor a la tarea, con ese bautismo de fuego, salvado con honor.

Y hubo más remates, con exhibiciones y todo ello.

Terminados los mismos, no quedaban dos caminos, la tarea me gustó y mucho y con ello obtuve el título de Rematador Público, previa certificación de estudios y de conocimientos de la temática.

Hoy jubilado, después de cuarenta y cinco años de trabajo, luzco con orgullo el título que obtuve gracias al esfuerzo, la dedicación, el afán por superarme y la oportunidad que se me brindó.-

Gracias, muchas gracias Comuna Capitalina.-

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