El primer día de la primavera

El primer día de la primavera

Era el primer día de la primavera, pero no era un día primaveral. El cielo estaba nublado y hacia frío. El sol tardaría una semana en salir, pero ella no lo sabia y jamás lo sabría.

Ella pasaba todo el día trabajando en una tienda de regalos. Era una tienda pequeña y polvorienta, llenas de porquerías baratas: llaveros, periódicos, objetos de cerámica, imanes de nevera, camisetas y juguetes de plástico, todo de mala calidad.

Ella llevaba puesto su uniforme: un jersey azul y un chándal negro. Era joven, tímida e insegura. Se escondía detrás de sus gafas y escuchaba la radio a diario para no tener que oír sus propios pensamientos. Estaba sola aquella mañana. Doblaba camisetas en el mostrador, al lado de la caja, y no se percató cuando él entró en la tienda.

Él era joven y sus ojos azules transmitían confianza y valentía. Vestía botas militares, unos vaqueros viejos y una chaqueta de cuero. Nadie podría imaginar de dónde vendría o hacia dónde iba, pero el seguramente sabía lo que deseaba.

En el momento en que se vieron por primera vez tuvieron la certeza de que sus vidas jamás serían las mismas. Mientras se miraban, ni siquiera fueron capaces de respirar. El mundo alrededor fue totalmente ignorado. No se sabe cuánto tiempo pasó exactamente.

Él sonrió. 

Ella, desconcertada, intentó recomponerse; arregló sus gafas y su pelo con un rápido movimiento de manos. Se acordó de que estaba trabajando y, ruborizada, preguntó:

– Buenos días, caballero, ¿en que puedo ayudarle?

El dio un paso hacia adelante, sacó una pistola y apuntó directamente a la cabeza de ella:

– ¡Dame el dinero de la caja!

En diez años trabajando en la pequeña tienda ella nunca había sufrido un atraco. Su vida rutinaria no le proporcionaba ningún tipo de emoción. Trabajaba en un empleo no quería para pagar la hipoteca de un piso que no disfrutaba y jamás disfrutaría.

Con la mirada fija en la pistola, que casi le tocaba la frente, una descarga de adrenalina recorrió todo su cuerpo y ella fue capaz de sentir su propio corazón palpitando en el pecho. ¡Se enteró de que estaba viva! Era capaz de sentir cada molécula del aire que llenaba sus pulmones. Su respiración se volvió profunda. La sangre en sus venas empezó a desplazarse cada vez mas rápido.

Aunque se tratara de un momento intenso, ella abrió la caja con tranquilidad. En seguida metió el dinero en una bolsa de plástico y se la ofreció al joven armado. No había mucho dinero. Dentro de la bolsa habría un poco más de lo que ella cobraba por un mes de trabajo.

Él utilizaría el dinero para ir a su próximo destino, donde gastaría todo en aquel mismo día. Esa era la vida que él había elegido: practicaba pequeños atracos a pequeñas tiendas. El riesgo era bajo e igualmente bajos eran sus beneficios, pero a él no le importaba. Necesitaba solamente lo suficiente para seguir viajando, atracando y de fiesta. Gastaba el dinero en bares, con putas, drogas y personas desconocidas. Todas las noches eran celebradas como si fueran la última de su vida. 

Él no tenia tiempo que perder. Cogió la bolsa con el dinero de las manos de la chica, que no presentó ninguna resistencia. 

Ella estaba completamente inerte, con una mirada perdida que probablemente veía el propio destino. En aquel breve momento ella se dio cuenta de que había perdido los mejores años de su vida dedicando doce horas diarias a aquella tienda polvorienta. Ahora ya no le quedaba ninguna otra opción de trabajo y aquello le pareció mediocre. 

Él tenía prisa en huir pero se detuvo ante la chica. 

Él vio el sufrimiento en sus ojos y le disparó tres veces, a la altura del pecho. La fuerza de los disparos tiraron el cuerpo de la chica hacia atrás. Ella se chocó contra la pared y cayó sentada. Había sangre por todos los lados. 

Juntando la poca fuerza que le quedaba, ella levantó la cabeza y miró fijamente al chico antes de morir:

– Gracias… – fueron sus últimas palabras.

Él salió corriendo. No tenía tiempo que perder. Sabia que podría morir en cualquier momento.

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