Moura, 17 de febrero de 1960

Moura, 17 de febrero de 1960

Marta Posadas

19/06/2016

Moura, 17 de febrero de 1960

 Querida Mamaiña:

¿Cómo estáis? Yo me encuentro bien, a Dios gracias. Señora Hilaria me cuida como a una hija y Señor Antonio es un hombre alegre y trabajador. Pasa todo el día atareado con las bestias y la huerta y aún le queda humor para las bromas a la hora de la cena.

La escuela de Moura es chiquita, tengo alumnos desde los cinco hasta los diecisiete años. Andrés es el pequeñín de la clase, pero también el último de seis hermanos así que está más espabilado que el demonio. Y mira que le pasó aquello con aquel cachivache de la guerra que encontró en la huerta, que le explotó en la mano y se le  llevó por delante dos dediños… pero así y todo no sabes cómo se maneja ¡qué maña! Creo que aprenderá a leer y escribir antes que José Manuel, el de diecisiete, que viene de vez en cuando un poco obligado porque a sua nai empeñouse, que qué necesidad tiña él de saber leer, pra estar o día enteiro no monte co as vacas. Ya le digo yo que precisamente por eso, que tiene que ser muy aburrido salir al alba y no volver hasta la noche a casa y estar todo el día sólo , oyendo a las rubias mugir. Que si supiera leer, podría entretenerse con alguna novela, o con algún periódico que alguien traiga de la capital de vez en cuando y así estaría al día de lo que sucede por eso mundos de Dios y quizá le entrasen ganas de aprender más después, y marcharse a la ciudad a estudiar y buscarse un trabajo de oficinista o qué sé yo. Es que  José Manuel es listo, tiene buenas entendederas y me da pena verle sin más futuro que las dos vacas flacas que les dejó su padre, que casi no les dan ni leche para su madre y para él. 

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Después están Paquiño, Ricardo, Adolfo, Eloi , Xurxo y las dos nenas, Andrea y Dolores,  las de la Esther. Son las dos muy hacendosas, aunque Andrea es algo más soñadora. Tienen una manos divinas para las labores y me ayudan con los equipos de las rapazas casaderas. Pero yo no quiero que se queden para costureras, que la costura es muy bonita pero si consigo que aprendan las cuatro reglas, algo de historia y le cojan el gusto a la lectura podrán elegir, al menos, si quedarse en la aldea o marchar a la ciudad. Podrían estudiar en La Normal y hacerse maestras como yo, y no depender de un hombre que les diga lo que pueden o no pueden hacer. Yo creo que el hombre debe ser como era papá: firme para tomar de decisiones pero humilde para dejarse aconsejar por su mujer y sobre todo respetuoso, que crea que la mujer vale tanto como el varón, como él que no quiso dejarnos más herencia que los estudios, para que nos valiésemos por nosotras mismas. 

El otro día les nació un hermanito, Pedriño creo que será. Me llamaron para ayudar en el parto y ya sabes que a mi esas cosas me dan mucha impresión. Prefiero cuando me piden que les lea las cartas o les rellene instancias para Diputación. Pero fui y estuve valiente. Ayudé también con las niñas, que andaban nerviosas y un poco asustadas por los gritos de la Esther. Pero lo que más me inquietó, fíjate qué tonta, fue que nada más salir de las entrañas de su madre, envolvieron al pequeño en unas telas negras. ¡Figúrate! Nada de toquillas ni bordados. Una telas negras como si en vez de de un alumbramiento fuese aquello un funeral, o peor, como si en lugar de  haber nacido una criatura de Dios fuese aquel querubín un trasgo. No puedo quitarme esa imagen de la cabeza, aunque el el niño es como un rosa y está fuerte y llora alto, como debe.

Hablando de negro… Señor Antonio me contó porqué me pasó lo de la vaca, el día aquel que no dejó de perseguirme desde el final de la pista hasta la aldea. La muy condenada la tomó conmigo y Señor Antonio me dijo que seguramente sería por el luto, porque igual que los toros van al rojo, las vacas al negro y que no se explica si no lo que pudo ser. Yo solo sé que llegué resoplando y con tal susto que casi se me olvidan las lecciones que tocaban ese día. 

A mi no me gusta la aldea, mamaiña. Ya sé que Mari dice que es muy sana, que el aire puro y el frío limpian los pulmones y revitalizan los pulsos, pero yo estoy cansada de andar caminos llenos de nieve,  de sacar a los niños corriendo de la escuela cada vez que se derrumba la estufa y se nos llena el aula de hollín y humo y de oír aullar a los lobos por la noche. Menos mal que los niños me hacen olvidar esas fatigas y me dan todos los días una alegría: que si ya me salen las cuentas señorita, que si mire que bien leo ya y qué de corrido… Es bonito enseñar, pero sufro viendo tantos trabajos como pasan las gentiñas de la aldea. Eso sí, de comer aquí nunca falta: buenos jamones y chorizos, pan de maíz, caldo caliente con grelos de la huerta y cocido que dura una semana. Echo de menos tu arroz con leche y tu compota, pero no tengas miedo, que hambre no he de pasar, no.

Dile a Mari que la extraño y que me acuerdo mucho de los domingos que íbamos al cine y de la leche helada. Si ve alguna bonita que la apunte, para contármela cuando vuelva. Pero a la que más echo de menos es a ti. Ya queda menos para las vacaciones, tengo muchas ganas de veros. Cuidaros mucho y no tengáis pena por mi, que yo estoy bien. 

Un besiño muy grande,

Manoliña

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