El pan de Doña Maria

El pan de Doña Maria

Fidel Macias

23/08/2023

-María! Mandá los changos a juntar leña, carajo! Se la pasan jugando a la pelota, nomas.

-Pedro, Fidel ya escucharon a su padre, vayan a atar el carro con el tordillo, no con la colorada, que ayer ya llevo la arena.

-Sí, Mama, pero hoy es sábado.

-Hágame caso chiquito, haga caso.

-Dale cabezón, que después nos dan p`al chicle.

-Bueno pué, ya voy. Siempre yo pué!!!

-Quietito Picaflor. Porque le habran puesto ese nombre si no vuela.

-Apretá el yugo, pasale la cadena por la argolla grande de la pechera, ajusta la cincha, córrele el bajador, cárgate el hacha, machete y las cadenas. Dale cabezón apúrate.

-Dale cabezón, dale cabezón y vos no haces nada, pué.

Meta changos meta, vamos p`al rio a juntar las ramas, las más espinudas, secas, la hojarasca esa que arde como el pajonal en verano y calienta como el sol en enero.

-Mete el carro en la huella, no vas a volcar, carajo!

-No digas malas palabras, porque le aviso a la Mama, eh. Che Pedro vos sabes porque se llama Picaflor ?

-Quién ?

-La Mama me conto, que un día el Tata se fue y no apareció por tres días. Que ella, al primero estaba preocupada, al segundo no me acuerdo, pero al tercero estaba “enojada como la…” esa palabra que vos decís y yo no me animo. Bueno y que tempranito a la mañana mientras ponía la pava, lo vio venir al Tata despacito, medio de costeleta ja ja. “En pedo” dije yo, y me metió un chirlo que me dejo colorada la cara. Bueno mama, no lo digo más, dije yo. Dijo que traía un tordillo de tiro y justo en ese momento apareció un picaflor en la ventana, zumbando y chupando las flores azules esas de la ventana. Buen día María dice que dijo el Tata y ahí nomás lo empezó a retar. Y le dijo que, “quien te crees que sos para llegar a esta hora, que yo aquí, el ojo largo esperando y vos por ahí quien sabe a quién mirando….”. Y que el Tata dijo, “a las cuadreras me fui y qué, ahí traje un tordillo que gané y que se llama “carancho” p´al carro o el sulqui. Y que la Mama dijo. “que carancho ni que ocho cuartos, ese se lama Picaflor y no se hable más”.

En dos horas largas, se llega hasta el arroyo. Con la alpargata rota, esquivando los churquis, hondeando palomitas y mirando nada. Ya medio dormidos nosotros y el tordillo, que sabe lo que hace. Juntar ramas tras rama, atarlas con la cadena, un ramalazo acá y otro más allá, elegir las espinudas del espinillo, el churqui, piquillín, talas, las caídas del algarrobo, chañar y no sé qué más. Después cargar el carro y despacito volver a las casas

-Aflojá la cincha al Picaflor, desátale las parejas y ponele la roldana para que tire bien derecho, pué…

-Antonio anda ver porque no vuelven los chicos!!

-Ya van a venir, deben estar hondeando, mujer!!

Los domingos muy temprano y mientras todos dormimos, Mama se lava las manos con el agua del aljibe y ahí, en la mesa grande empieza amasar el “pan”. Tiene que ser al amanecer, despacito, en silencio como si fuera una misa, con la harina, con la sal, con el agua, levadura y solo para las tortillas un poco de grasa de chancho. Y, esas manos, esas manos que aprendieron de la abuela, la madrina, algunas tías y una vecina metiche que supervisaba todo y hablaba hasta por los codos. Moviendo sincronizados los brazos y las muñecas, escurriendo cada dedo para que se mezcle bien. Todo en su justa medida, sin haber pesado nada. Todo muy cronometrado sin un reloj en la casa, tan solo con los recuerdos de saber cómo se hace. Preparar el amasijo y que no lo toque nadie, colocarlo en la batea, taparlo con trapos blancos recién sacados del mueble y que solo ella lavaba, secaba, doblaba y guarda en las tardes del domingo. Dejar que suba la vida, el sabor se fortifique, que se acomode la masa para recién darle forma. Los corderitos con grasa, unos bollos livianitos, pancitos con poca sal, masas con algo de dulce, tortillas con chicharrón.

Recién, despertar la “tropa” como decía mi Tata, poner la pava en el fuego y prepara unos mates.

-Antonio, ya prende el horno, no los mandes a los chicos!! Mira si se quema alguno.

-“Que chicos ni chicos, en esta casa hay bocas y panzas y para llenarlas tienen que aprender y prender el horno, carajo”. Vamos Pedro que ya sos grande, che! Vos Fidel junta pichanas, afata y algún poleo y prepara la escoba para barrer el horno”.

Así, me mandaban lejos del fuego para que no me queme la alpargata. Una vez pise una brasa y se me hizo un agujero, así me mandaban a la escuela y a mí me daba vergüenza.

-Para que aprendas, carajo! A no arrimarte al horno cuando está que arde!

Y aprendí…

Atar el alambre en la horqueta del tala chico, enrollar rama con rama, en el palo de la escoba. Una afata, una pichana, un poleo en cada vuelta hasta que termine el alambre.

-Se me corren todos lejos, fuera he dicho, córranse! Que voy a barrer el horno. Ata ese perro, carajo que siempre se mete al medio, le voy a quemar el traste para que aprenda un día de estos. Ya está listo María!

-Eso lo decido yo, si está listo o no! Fuerte todavía, está muy fuerte, déjale la boca abierta y esperemos un ratito. Alcánzame la pala y trae la tabla grande. Primero van los más grandes, sin tocarlos uno a uno. Después los corderitos, cerca de la puerta las tortillas. Despacio, despacio que no se caiga ninguno. Cerrá nomas y moja un poco la arpillera, destápale la chimenea y desaparece nomas, ya me ayudan los chicos.

-Para eso si sos buena para dar órdenes, ja ja! Ya me voy… Vamos changos, a comprar chicles. Total, tarea cumplida, ya está metido en el horno. Apretá un poco la cincha y suban por el pescante.

-Correte manejo yo…

-Que vas a manejar vos mocoso, manejo yo.

-Che! Dejen de pelear, que Picaflor nos lleva y trae. Un chicle pa’ cada uno y un vino para su Tata y no se olviden, una galleta envasada para Mama, para hacerla renegar. Ja ja meta changos.

Todo salía muy bien con la sonrisa bien grande, de saber que estaba haciendo ese pan de cada día, mejor de cada semana, solamente los domingos, orgullosa de su olor, su sabor y esos colores. Con solo mirar de reojo por la rendija de la tapa, saber que ya estaba listo, sin siquiera preguntar “que hora es o cuánto falta”. Solo ellos sabían, como se hace, solo ellos sabían quién qué cosa, sus tiempos, sus enojos simulados. Como que se peleaban por quien le daba el “toque, quien ponía la magia, quien más amor, mas sudor al lado del horno. Todos hacíamos algo para que el “PAN de Doña María” fuera el mejor, el más rico, el único de cada domingo.

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