El pan de la cordialidad

El pan de la cordialidad

Miguel González

16/08/2023

Soy un maldito perro que ama el pan.

Yo era un cachorro feo. Con unas orejas demasiado grandes. Un detalle hermoso, pero demasiado grande, es malo. Se vuelve más feo que lo feo. Me tiraron de una patada a la calle y rodé como una bolsa vomitada. Fue dando vueltas que un día lo descubrí todo. 

La perra de mi madre era excelente, casi tanto como ese vagabundo que intentó adoptarme. Perra vida. Se comió un pan que le tiraron con desprecio de una tienda y al cabo de terminarlo empezó a ladrar. Y no lo hacía mal. Todos lo veían, se reían (yo también), se avergonzaban de él. Daba mucha pena verlo. Persiguió a una pareja caminando a cuatro patas, y sacando la lengua. No sé qué odiaba, ni qué le dolía. No sé cuándo exactamente pero la lluvia que caía ese día, era de un cielo destruido. El tipo seguía, y seguía ladrando; molestando a la pareja. Fue espectacular. Lo patearon en la cara. Y esa patada lo hizo temblar. Una piedra del tamaño de una montaña se tuvo que haber partido en algún lugar de este insensible planeta. Puede ser muy grande, y valiente, e imponente y traidor el perro, pero siempre chilla con una patada en el hocico. Este tipo que me iba a adoptar no traía nada encima. Claro, después de recibir esa patada en la cara, se le veía una expresión horrible de dolor. Con las dos manos se cubría. Después de eso tuve que irme de allí. Ese pan con desprecio lo había convertido en un perro igual a mi. Y yo nunca pude andar con nadie.

***

Qué lucha viene en invierno. Los árboles mojados ya no desprenden sombra sino humedad. El pasto se oscurece por el agua y nuestras almas reman al nivel de diez pulgadas. Pocas cosas son extrañas, si me lo permiten decir: alguna vez vi a una pequeña niña comiéndose un pan enorme. Casi no cabía en las dos manos. Cómo se lo comía enfrente de un cachorrillo que la miraba. Ya no hay tiempo para conocer el amor, ni la familia, ni a un buen humano. Perra vida. Un pan que se roba uno… ¿qué mal hace?, ¿cuánto daño le hacemos a ustedes los perros olvidados?, ¿por qué son ustedes más perros que los mismos perros?, ser perro en un cuerpo de perro es algo hermoso; pero ser perro en uno de hombre, es una grosería. Yo siempre quise dar amor, y lamer, y correr. Todo ello… siempre quise que me dieran el primer pan. ¿Yo qué les he hecho a ustedes?. ¿Por qué soy un maldito perro que se acurruca en las esquinas frías, y que siente miedo de vivir?. ¿Por qué amo el pan si está hecho con violencia, y fermento, y grasas, y dolores, y penas, y olvidos?

Nunca vi a un hombre llorar tanto como ese panadero que lleva pan a su hijo en el hospital. ¿Por qué sigue haciendo el mismo pan día tras día?

Tengo que comprobar de nuevo que la historia del pan es una y es universal. Hoy mismo tiene que ser. ¡Hoy!. ¡Lo voy a ver de nuevo!. ¡MIREN! el tipo este ha terminado su trabajo. Qué bello es el humor que desprende un panadero. Todo en él sugiere calor, la energía pura del calor. Sé que no es una gran decisión perseguirlo así en esta  urgencia. Cargando tanta hambre. Pero es que si no es hoy… Quiero encontrar un humano que haga algún día algo por mí. Pero con él ya han cerrado todas las panaderías. No otro pan para robar más que el que sujeta esa mano. Tan solo correr;  arrancarlo. Se pierden unos cuantos, pero lo vale. Solo hay basura en las esquinas. Perra vida… Me comí demasiado rápido esas sobras esta tarde y ahora estoy por vomitarlas. Incluso la basura me deja. Me está dejando atrás. Otra vez me dejan atrás. Mi madre me dio mis grandes orejas, y mis hermanos, con todos ellos jugué cuando era ese cachorrillo. Tenía brillo el cielo, y a pan sabía. Todo ello acude a mi cabeza ahora. Yo creo que me he comido algo envenenado. Ya no puedo seguir caminando. Es eso, tiene que ser eso. Ese hombre se aleja con el pan. ¡Oh pan!… Si le hubiera batido la cola, o lo hubiera acompañado un poco de su trayecto, quizá habría recibido ese pan con honestidad. Pero no, siempre siendo asustadizo y ladrón. ¡Se acabó para mi el camino! No hice un amigo. Moriré esta noche envenenado. Me crujen las entrañas por el pan que ya no será. Madre, ¿dónde terminaste tú?. Moriré sin piedad. Moriré porque el pan es algo demasiado elevado para que al vagabundo se lo compartan. En cualquiera que fuera esta noche vil. Perra vida… Por qué se vuelven cada vez más extraños mis pensamientos. Yo no pensaba así ayer. Yo no pensaba hacer el mal. Me arrastro y veo. Lo dejan entrar a ver a su hijo enfermo. Qué alegría debe ser tener una visita que traiga pan. Qué bella es siempre la cordialidad.

Quizá no me esté muriendo en realidad. Quiero esperar a que salga el panadero. Tengo que andar en dos patas, y hablarle, y reírle, y decirle tanto. Ahora estoy pensando que viviré y dormiré debajo de un sillón. Que iré debajo del horno cuando sea ladrón. Pero qué terrible es encontrarme humano y saber que nada cambia, que me persiguirán siempre. Ser un humano no significa dejar de ser un abandonado. Pero tengo que esperarlo. Un panadero que lo ha dado todo no tiene que vivir así, sin probar la misericordia que viene de otro ser.

Miro arriba, al último punto visible de la noche. Es una ventanita amarilla, carcelaria. La única que aun permanece encendida. Siento recorrer por mi piel llena de pelo, un viento diferente. Jamás olvidaré la fuerza del viento que motivaba mi existencia esta noche. Podría haber vivido todas las gracias divinas en cien mil hogares: Una mano se extiende; una mano pálida. Una mano que ya no va a ser una mano otro día. Deja caer algo al suelo. Es eso. Un pequeño pan.

Mientras cierro mis ojos y acurruco el cuerpo ya listo… Sueño con las caricias y el amor. Sueño con ropa, y agua; con tejas para la mendicidad del mundo. Sentí dolor por mi especie olvidada, que muere sin probar el pan de la cordialidad. Pero yo sé que ya mañana seré de nuevo un perro vagabundo, ya no pensaré como un humano. Olvidaré mis segundos y mis horas. Ah.. Cuán dulce ha sido la noche en que sobre botas puercas ha aterrizado mi alma desolada. Sí… Se va todo ese gran sueño. Se va la poesía y la humanidad fugaz. Se me pasa el efecto. Vuelvo a cuatro patas. Vuelve el ladrido y la noche ya no tiene esa ventana amarilla. Va a salir el alba, y el aroma de ese pan recién horneado. Cuán lejos estuve del verdadero mal. Cuán cerca de toda la bondad. Quizá me anime al despertar. Cuántas cosas hermosas no se han dicho ya sobre un pan. Su sonido, su hora, su final.

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