PAN DE MUJER

PAN DE MUJER

Gaska

15/08/2023

       Pamela a sus casi dieciocho años estaba en pareja con un hombre diez años mayor que ella y no lo estaba pasando bien. Al inicio de su relación todo era dulzura y buenos tratos, pero de repente las cosas cambiaron.

Vertió los quince gramos de levadura seca sobre la mesa de trabajo, mismos que le recordaban que al inicio, aquel hombre parecía tan lleno de bondades y detalles para con ella, que jamás se fijó que todo eso era como la levadura; solo lo infló y lo hacía ver como agrandado, sin embargo con el paso de los meses se fue desinflando.

Con sus menudas manos midió las tres tazas de harina que requería, crispó los dedos y las manos lucían moretones muestra del maltrato recibido, a su mente acudió el recuerdo de la noche anterior donde la amarró a la cama, le mordió los pezones y le encajó los dientes en los hombros.

Midió los ciento sesenta mililitros de agua templada, mientras el agua caía sobre la harina, gruesas lágrimas se le resbalaron por las mejillas, la desilusión y la impotencia le hicieron temblar el labio inferior, sus bellos rasgos descompuestos por el dolor daban fe del trance que estaba viviendo.

Recordaba que el hombre mientras la violaba le gritaba que no la quería y que solo la tenía para que nadie se riera de él porque estaba soltero, le repetía que las putas de la calle le daban más placer que ella.

Buscó el azúcar, ocho cucharadas justas, y el dulce de la misma le hizo mover la cabeza; ya que al principio aquel hombre le demostraba cariño, amor y una dulzura que creía genuina, a tal grado que desoyó los consejos de su madre y se fue a vivir con él.

Requería cinco cucharadas de manteca, el número cinco retumbó en su cabeza, ya que según sus cuentas son las semanas que llevaba sin la regla, esto la tenía en la angustia ya que el hombre le había repetido hasta el cansancio que detestaba a los niños.

Aun su entrepierna estaba adolorida, la noche anterior en la había penetrado de forma violenta, como si quisiera con eso mostrarle que solo era un objeto más en la casa, no hubo caricias no hubo ternura, solo fuerza y dolor.

Continuó revolviendo los ingredientes, sus manos amasaban con suavidad, con furia, amasaba y estrujaba a veces con rabia y otras con paciencia pero no se detenía.

Después de esto buscó la sal. Una pizca necesitaba, la sal, la que a veces se necesita para mantener una relación, para mantener a una pareja. Pero en este caso ella valoraba que era inútil intentar mejorar su actitud, ya que nada lograba satisfacer a aquel hombre.

De algo estaba segura ella, que en cuanto le dijera a aquel hombre que estaba embarazada su suerte estaría echada, la golpearía hasta cansarse y hasta asegurarse que por lo menos perdería a aquel bebe. La otra salida era mantenerse callada y a la menor oportunidad huir de ahí con su bebe y jamás volver.

Esto le ocasionaba dolor y mucha angustia, aquel hombre era para ella una gran obsesión, su forma de penetrarla y de estrujarla antes que producirle dolor le hacía sentir una pasión y deseo que parecía enfermizo. A ella misma esta sensación la ruborizaba.

Cuando él llegaba del trabajo el ambiente en la casa se ponía espeso, corría lento el tiempo, solo hablar le daba pesar y su corazón era entonces ya una caja que resonaba tic tac, tic tac, y el aliento le faltaba.

Después cuando él le dirigía la palabra para preguntarle cualquier banalidad, ella tartamudeaba y su nerviosismo solo avivaba la furia de aquel hombre.

Ante cualquier error o ante una contestación que a él no le gustaba, empezaban los insultos, los maltratos, le ordenaba que se desnudara, y que le bailara o simplemente la cargaba y la llevaba a la cama cual vil objeto.

En la cama solía morderla, abofetearla, la obligaba a cosas que a ella no le gustaban mismas que el parecía disfrutar de más.

Bañada en lágrimas, vejada y golpeada hasta el cansancio, la obligaba a decirle cosas de amor, cosas bonitas, ya que lo hartaba, de una bofetada la callaba o a veces un golpe en el abdomen la dejaba sin aliento. Así eran las noches al lado de aquel hombre.

Todo esto ella lo soportaba sin embargo, a su mente acudía el recuerdo de tres noches atrás que en su pantalón el hombre olvidó un reloj nuevo y ella extrañada abrió la cajita y lo sacó. El reloj plateado tenía en la parte de atrás una inscripción, “para mi amigo, para mi compañero por toda la vida, con afecto J.G.”

Siguió amasando los ingredientes, lo hacía con fuerza, con calma, con dulzura, con dolor y con alegría al pensar en su vientre, con desesperanza al pensar en el hombre y el reloj, y con mucha ternura al imaginar cómo sería el fruto de sus entrañas, terminó de amasar y las dos horas que esperó a que la masa reposara y subiera de volumen, las aprovechó para decidir lo que haría.

Empezó a cortar en 12 bolitas iguales la masa, les dio forma de pequeños bollos y su semblante estaba crispado, sus lágrimas caían, la paliza que le esperaba cuando se lo dijera, era inevitable, en lo que esperaba a que los bollos leudaran, esos 60 minutos de espera eran vitales, en su cabeza había una batalla; salvar a su bebe o salvar su relación y seguir disfrutando del cuerpo de ese hombre que a ojos de ella era bello y deseable, pero cruel y aprovechado.

El horno ya estaba a 180 grados, listo para recibir la charola de bollos. El calor del horno la reconfortaba, la hacía al fin tener claro lo que deseaba. Mientras los bollos cambiaban de color y se ponían dorados, en esos 30 minutos de horneado, ella lo tenía decidido, se llevó las dos manos a su vientre, lo estrujó fuerte tal vez con amor o tal vez con furia.

Mientras el calor del horno transformaba aquella masa, recordaba que el hombre varias veces sin que lo ameritara, metía en la conversación las cosas que le sucedían en el trabajo y siempre sacaba a colación el nombre de su mejor amigo; Juan Garrido, así se llamaba.

Sacó los bollos del horno, en la rejilla se veían deliciosos, humeantes aun, presionó uno para confirmar su consistencia suave y esponjosa, esperó a que se enfriaran para empacarlos y salir a realizar su venta. El “pan de mujer” estaba listo ya. Había quedado exquisito y despedía un olor irresistible.

Después de la venta, a esperar al hombre para darle la noticia, y sobre la cama ya estaba lista su maleta con su escasa ropa y cosas personales y debajo de la almohada estaba un cuchillo, por si acaso, solo por si acaso, de nuevo se llevó las manos a su vientre, esta vez con una sonrisa dulce y llena de esperanza.

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