El secreto está en la masa

El secreto está en la masa

En el pueblo no se hablaba de otra cosa desde el robo a la joyería, donde lamentablemente asesinaron a D. Anselmo, que había ido a comprarle un anillo a Leonor, ya que, en un mes, celebrarían sus bodas de oro.

Desde ese día, la localidad se sumió en una profunda tristeza, pues en toda su historia, jamás habían sufrido un acto delictivo semejante y mucho menos, un homicidio.

D. Anselmo y Leonor, habían regentado una tahona, que ella heredó al fallecer su padre a los pocos meses de su boda. Murió de cáncer de páncreas con 52 años y a los siete meses, de no poder soportar la pena, su viuda se precipitó por la ventana del dormitorio, feneciendo en el acto.

A partir de ese momento, Leonor, que no tenía hermanos, ya que el único que tuvo falleció de muerte súbita cuando tenía tres meses de vida, solo contaría con su recién estrenado marido y su extensa familia.

Los padres de D. Anselmo, emigraron desde Sicilia y decidieron establecerse en este pequeño pueblo de Cuenca, de nombre Las Pedroñeras, dedicándose, como la mitad de su población, al cultivo del ajo. Eran grandes negociantes y en un par de años, no solo estaban integrados y hablando perfectamente el idioma, sino que estaban empezando a prosperar considerablemente, ya que, mientras Tomasso, trabajaba en el campo, Fiorella, preparaba ungüentos diversos que servían como remedio para todo tipo de alergias de la piel, así como para problemas respiratorios, sobre todo en niños. También hacía cremas caseras para cara, cuerpo y cabello. Todos los potingues de Fiorella, que comenzó vendiendo a sus vecinas, pronto alcanzaron tanta fama, que acabaron traspasado las fronteras del pueblo y se terminarían convirtiendo en un verdadero negocio que, lejos de amilanarla, le hizo pensar a lo grande. Como era demasiado trabajo para ella sola, decidió traerse a sus hermanas de Palermo, ya que allí no no les esperaba un futuro muy próspero.

Cuando a Fiorella, le preguntaban por el secreto de sus productos, ella siempre respondía:

—«El secreto está en la masa».

Nunca nadie lo entendió, pero pensaban que sería una equivocación con el idioma. Aunque sin saberlo, unas décadas después, esta frase cobraría todo el sentido.

Después de su boda, D. Anselmo y Leonor, trabajaron duramente para sacar la tahona adelante. El primer turno, lo hacía Leonor, ya que se lo había visto hacer siempre a sus padres, desde que era pequeña; incluso les ayudó en bastantes ocasiones. Así que, a las tres de la madrugada ya estaba en pie para ir preparando la masa. A las cinco, se le unía D. Anselmo y, entre los dos, amasaban, daban forma y horneaban todos los panes y bollería de la que eran capaces.

Así estuvieron un par de años, pero empezaron a verse desbordados y como el negocio iba bien y todo lo que ganaban, lo iban guardando como hormiguitas, vieron la posibilidad de contratar a una persona para que les ayudara.

D. Anselmo habló con su tía Costanza, ya que sabía que su primo Pietro, que contaba con 16 años, no tenía intención de seguir estudiando y quería darle la oportunidad de que trabajara, porque parecía que había empezado a juntarse con compañías no muy recomendables.

Costanza, era madre soltera. De todas las hermanas Amato, digamos que era la más disoluta y, en unas fiestas del pueblo, bebió un poco más de la cuenta y acabó metida en un coche con un grupo de chicos en mitad del campo. A los tres meses tenía un bombo. Por su supuesto, ella no sabía quién era el padre, así que, su familia lo dejó estar y decidieron ayudarle a criar a ese bebé como si fuera de todos, ya que no tenía culpa de la madre que le había tocado en suertes.

A Costanza, y al resto de sus hermanas, les pareció muy bien la idea de que Pietro, trabajara con su primo y Leonor, en la tahona y él, aunque en un primer momento se reveló, una vez que comenzó, descubrió su pasión por todo lo que tenía que ver con el pan.

Cuando le enseñaron todos los procesos, los cuales aprendió rápidamente, para la satisfacción del matrimonio, Pietro se ofreció a hacer el primer turno, porque le encantaba madrugar.

Pietro, se levantaba a las dos y media de la mañana y únicamente tomaba café para desayunar. A las dos y cincuenta, ya estaba en la tahona, deseoso por encontrarse con ese mundo recién descubierto del pan y que tanto le estaba enamorando. ¡Qué placer hundir sus dedos en la masa y trabajarla! Le encantaba contemplarla mientras fermentaba y ver cómo crecía hasta doblar su tamaño. No le importaba nada pasarse toda la mañana en el trabajo, a pesar de haberse levantado tan temprano.

La siguiente tarea, era la división de la masa para sacar las diferentes piezas. Después tocaba volver a amasar y dejar nuevamente que la masa multiplicara su tamaño por dos, para después, hornearlo.

Con lo que más disfrutaba Pietro, era haciendo hogazas. Se quedaba embobado mirando la puerta del horno, viendo como se hinchaba la masa, mientras se creaba la miga dentro y el corte en forma de cruz, que previamente él, le había practicado en la parte de arriba, con la punta de un pequeño cuchillo, se abría y se ensanchaba y la corteza de alrededor se iba tostando. Le embriaga el aroma del pan recién hecho, que se acababa colando por todos los rincones.

Y así, transcurrieron los días, las semanas, los meses… y, casi sin darse cuenta, habían pasado 25 años.

D. Anselmo y Leonor no tuvieron hijos, y no porque no quisieran, pero no vinieron, así que siempre les gustó mucho tener a Pietro en la tahona, pese a que con él, en el mismo pack, siempre estaban sus dos inseparable amigos de la infancia, Josete y Toni, «los raritos del pueblo». Y para colmo, unos meses antes del robo a la joyería, les dio por reunirse todas las tardes en su casa, ya que en la de Pietro, al vivir con su tía y sus primos, había demasiado jaleo.

A Leonor le intrigaba mucho el secretismo que se gastaban y decidió pegar la oreja en la puerta para intentar escuchar algo. Y esto mismo hizo, cada día de la última semana que ellos se metían en la sala de estar, pero no consiguió escuchar nada coherente y desistió en
su empeño.

Pocos meses después del robo y del asesinato, Pietro
se despidió del trabajo, con la excusa de que echaba mucho de menos a su tío. Leonor, se vio desbordada y decidió cerrar la tahona.

A las
pocas semanas, Pietro, comunicó a la familia que abandonaba el pueblo para viajar a
Palermo, ya que quería conocer la ciudad donde había nacido y vivido su madre.

A sus amigos, tampoco se les volvería a ver ya por el pueblo.

Un año después, la policía seguía sin tener culpables.

Un día, Costanza, recibió una postal de Pietro, desde
Palermo, y por lo visto no le iba nada, pero que nada mal.

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