—Me encanta el pastel sabe, en todas sus presentaciones. Ver ese bizcocho adornado por merengue, crema pastelera, queso crema, frutas, semillas y a veces, mermeladas, caramelo o dulce de leche es algo a lo que no me puedo resistir. Mi goloso interior sale a flote y, generalmente, soy de esas personas que siempre piden más de una rebanada.

—Ya veo, pero dígame ¿Qué relación tiene eso con su visita? —Preguntó la terapeuta mientras veía al doliente recostado en el diván.

—Su exterior maravilla la vista y estimula el paladar —Le contestó con la mirada perdida el parroquiano —Basta verlo para desear comerlo, su exquisita textura de abundante cobertura de betún cremoso seduce a cualquiera. Las voluptuosas rebanadas de durazno en almíbar que adornan su exterior, el carmesí de las fresas que dibujaban un atractivo centro, casi sanguinolento, provocan de inmediato la salivación. Mientras que el verde del kiwi promete acidez y frescura poco comunes, como si fueran un par de esmeraldas dispuestas a engalanar dicha delicia.

—¿Disfrutaste comer ese postre? —Cuestionó la terapeuta.

—Claro, lo disfruté todo, escogerlo, sacarlo del refrigerador, cargarlo hasta la caja registradora, pagarlo y sonreírle a la cajera que me cobró. 

—¿Y cuál fue el problema con tu postre?

—Que estaba crudo y no me di cuenta hasta que casi lo había terminado.

—¿Por qué?

—No lo sé. Me limité a comerlo bocado tras bocado, al principio todo era delicioso y perfecto. Lo aguado del bizcocho lo adjudiqué a que estaba excesivamente humectado y no me molestó. Al contrario, me pareció muy bien, su sabor no era para nada desagradable, cumplía con todo lo descrito en su etiqueta. No tuve motivos iniciales para sospechar que hubiera algo mal con ese postre.

—¿Hasta cuando comenzaste a notarlo?

—Embelesado por su dulzura, el betún, la mermelada, el relleno, las frutas y las leches comí más de la mitad cuando algo me pareció fuera de lo común. Por un momento me resistí a aceptar la frustración de que ese pastel no fuera lo que pensé y lo seguí comiendo.

—Entiendo. Los humanos tendemos a racionalizar nuestros errores y darles cierto sentido o justificarlos para evitar reconocer aquello que puede generarnos enorme frustración. Pero dime, no lo terminaste ¿Por qué?

—Porque me pareció estúpido hacerlo. Por mas que pudiera justificar comerlo muy en el fondo sabía que ese pastel había sido una estafa. Pronto me asqueó. ¿Por qué continuar con algo que solo terminará por hacerme daño?

—¿Qué hiciste con el resto del pastel?

— Lo tiré.

—Muy bien pero hay algo que no me cuadra.

—¿Qué es?

—Que los pasteles crudos no son aguados, sino duros, nada esponjosos y, ¿compraste un pastel para ti solo? ¿De qué estas hablando?

—Dímelo tú, eres la experta.

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