-Buenas noches ¿Tiene pan Árabe?
-Queda uno, pero le confieso: ese pan tiene una pequeña mordida de ratón. No tenga cuidado, puede comerle con agrado, sin temor. En esta panadería los roedores son aseados.
-¿A qué hora cierra usted?
-Ya cerré señorita, pero nada me cuesta llevarle a domicilio.
-No se moleste, guárdelo para mañana, no venda ese pan a otro. Ahora, una pregunta personal: ¿Está con usted, mi señora madre?
-¿Hablas en serio?
-Tengo una hora llamando a su móvil, repica y no contesta.
-¿Le comentaste de la torta de pan?
-Cuando llegué, había salido.
-Hija ¿Y sabes con quien sale? Si se puede saber.
-Por lo general con un grupo de su trabajo y siempre regresa temprano.
-¿Has llamado a esas personas?
-Si, a casi todos. Me faltan dos o tres.
-Llama a esa gente y me avisas luego.
Oh, no. Fue mala idea, obré por instintos y metí la pata. Aunque no tan obvio, era probable; la euforia de Luis en la tarde y luego no encontrarla, cuando siempre me esperaba. Me equivoqué, no estaban juntos y ahora, el pan de mañana, endurecería. Mentí a mi padre, llamé a todos, nadie sabía de ella. No quería pensar en una tragedia.
-¡Mamá, por favor! No atiendes el móvil, estaba desesperada.
-Lo olvidé en una tienda y nadie lo atendía, porque ayer lo puse en silencio, cuando lo recuperé no pude llamarte, estaba descargado. ¿Te explico más?
-A mí, no.
-¿A quién maté? ¿Y a quién escribes?
-Hasta el momento a nadie. Escribo a papá, que llegaste y estás bien.
-¿A cuenta de qué? O hay algo que no sé.
-Mañana a las cinco iremos a la panadería, Luis nos invitó a una torta de pan.
-Ordenas, ¿O me equivoco?
-No es una orden mamá, piénsalo y mañana si no quieres, bien. Voy a dormir.
Son las tres de la tarde y cancelé la cita con el paciente de las seis. Las visitas inesperadas me provocan mal humor, le he dicho.
-Hola Mire, llamé dos veces, tu móvil apagado ¿Estás de salida?
-Creo que sí, una reunión familiar.
-Es por un incisivo inferior, sensible al frío. Duele un poco.
-¿Todo el tiempo? Siéntate, revisaré.
-Cuando como helados o algo muy frío.
-Todo bien, cambia de crema dental, compra la que te recomendé.
-¿Y esos panes?
-Los trajo papá y olvidé llevarlos. Si quieres, cógelos
-Me parecían familiares. Los llevo.
Recordé a mi padre y a Manolo brindando; yo con ganas de meter manos; viendo trabajar al panadero. Manolo me vio y dijo: Hoy puedes dibujar las greñas, Mire. Esta panadería, ahora es de tu padre”
-Son tuyos. Estoy retardada, mamá espera. Salgamos.
-¿Mañana en el gimnasio?
-Y no compres otra marca, aunque la recomienden.
Al parecer poco le importó que lo sacara a empujones, por panes de pueblo, se dejaba humillar. El entrenador, de dientes perfectos, había conseguido un espacio en mi pensamiento; que por episodios como estos, perdía. El bruxismo lo descarté, era un peculiar rechinar de dientes, como expresión de pensamientos sexuales intrusivos. Mirando de frente, con sus ojos lascivos, a mis tetas con sujetador, rechinaba. Desde atrás, mirando mis nalgas cubiertas, también lo sentía. En su obsesión por los panes, lo imaginaba amasando mis piñas, sobando mis bollos, para vaciar su fermento con el rechinar de sus dientes.
-¡Hola mamá! Llegué.
-¡Pasa!
-Te arreglaste, ¿vamos?
-No, te llamaré desde allá. Podré ir sola. ¡Cinco días, no más! Y me pone de carrera. Mandó la torta y una carta de amor, lo trajo su tocayo ayudante.
Ahí estaba el pan en caja de pastel; sosegando una hoja de rayas; “en carta de amor”
“De la panadería, llegué hace dos horas, son las doce de la noche, iré escribiendo lo sucedido este día, contándote, como si estuvieras. Te prometo, sabrás de estas letras, antes de reunirnos. Mire te traerá mañana en la tarde.
Nuestra mesa para fotos, hoy me esmeré, pan andino, pan francés, pan de pascua, pan de mantequilla. Ja, ja también hice una torta de aceite sevillana, la de tantos intentos, hasta que juntos aprendimos. Bueno, sigo contando;
Se paró la bendita amasadora, la de siete kilos y sin poder reclamar a nadie. Luis, el panadero nuevo, ayer avisó que fallaba. Tu sabes, sin esa máquina se descontrola todo; debo comprar otra igual, no usada. Averigüe con Manolo, cuesta dos mil euros. Dije a Luis: con manos, con coraje y dedicación haremos el pan de hoy. Al hombre, el coraje lo abandonó, dedicación no tuvo y fue poca la ayuda que recibí de sus inútiles manos, que no podían desentenderse, porque están pegadas a su cuerpo.
Mirando a Luis amasar, respiré hondo y lo mandé a la laminadora de masa, para algo debe servir.
Hoy, uno de esos días, me conoces; cuando quiero matar a alguien, cuando desgraciadamente quiero cerrar el negocio y escribir en un letrero bien grande:- No hay pan-. Al rato comprendí que nunca lo haré, porque los muertos no pueden escribir. Lo entendí cuando solo, me puse con los ingredientes y al instante no lo estaba, me acompañabas, en mi mente, en recuerdos. Mis mejores momentos siguen presentes en ese mesón y los quiero seguir viviendo, hasta la última de mis hornadas. Haciendo pan, hasta morir probablemente hincado, con masa en mis manos y Luis haciendo el letrero, con ganas de sentarse.
Estabas allí, parada a mi lado, revisando tu memoria, los porcentajes para cada tipo de pan. Diciendo tu voz serena: Harina 100/ agua 60, harina 100/agua 70, dando a mi imaginación, tus medidas en receta.
Percibiendo tu fragancia natural, mezclado en el olor de la fermentación, con mi corazón hinchado de gloria; tú a mi lado, trabajando codo a codo. Riendo de emoción, viendo tus manos de mujer bonita, amasando el pan, las manos de mi mujer.
Contigo a mi lado, sin sentir cansancio, en chorros de júbilo, soñaba; ya no con el pasado; anhelaba el presente, con tu respiración acelerada, con tus calorones y tus nobles manos agitando. Tú, tal como eres, pegadita a mí, hablando, riendo, reclamando. Yo, amasando sin parar, feliz.
Sí, he bebido tres copas de vino y trago algo de queso, con rebanadas de pan fresco. Llorando de felicidad. El teléfono está repicando, atenderé la llamada y luego me despediré con un párrafo más.
Era Mire, ella no sabe dónde estás y pensó que viniste. Me desalentó esa llamada, de lo que antes escribí, no dudes. Luis te entregará esta carta, llamaré a Mire para anular. La torta de pan es para Mire, para acostumbrarme al pan sin ti”.
El penúltimo mensaje me autorizaba y empecé a comer torta. Mi padre hablaba poco, pero seguramente, compartir en pareja los secretos del pan, arrancaba los secretos de su vida. Algo preguntó mi madre al señor Luis, un mínimo detalle, soltado sin querer. Motivo suficiente para ir donde él, ésta carta de amor sin leer; para oír cinco versos, sin métrica, sin reglas, sin rima, sin retórica, sin oír un te amo.
Sin ti, mi mano de harina, agonizará estéril
Sin ti, no amasaré mis sueños
Sin ti, no sudaré de felicidad
Sin ti, no habrá calor fetén
Sin ti, el pan no existe.
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