Había un rincón especial en el pequeño pueblo, escondido entre callejones adoquinados y casas de colores vibrantes. Era un café encantador conocido como «El Rincón de los Recuerdos».
Los propietarios, María y Andrés, habían llegado al pueblo desde Colombia y habían decidido abrir este café con la esperanza de compartir la riqueza de sus tradiciones culinarias. Inicialmente, habían planeado llamarlo «Café de la Abuela» en honor a las recetas que María había heredado de su abuela en Colombia.
Sin embargo, tras unas semanas de apertura, se dieron cuenta de que la pronunciación en español causaba cierta incomodidad a algunos lugareños, por lo que decidieron cambiar el nombre. Optaron por «El Rincón de los Recuerdos» para reflejar su objetivo de crear un lugar donde la gente pudiera hacer nuevos recuerdos mientras disfrutaba de la comida y la compañía.
Desde que era una niña, Martina visitaba este acogedor café con su abuela Rosalía. El aroma del café recién tostado llenaba el local, y cada visita era una experiencia mágica para los sentidos. Los pasteles de yuca y las arepas que María preparaba eran incomparables y siempre evocaban recuerdos felices de su infancia en Colombia.
Abuela Rosalía era una fuente de sabiduría y cariño, al igual que en la historia anterior. Solían sentarse en una mesa cerca de la ventana, compartiendo historias mientras disfrutaban de las delicias colombianas. María y Andrés, los dueños del café, se unían a las conversaciones, compartiendo sus propias historias de su tierra natal y creando un ambiente cálido y acogedor.
Un día soleado de primavera, con las flores en plena floración y el canto de los pájaros llenando el aire, Martina y su abuela se dirigieron al café como de costumbre. Pero al entrar, sintieron un ambiente diferente en el lugar.
El aroma del café y las delicias colombianas seguía siendo delicioso, pero había una sensación de nostalgia en el aire. María y Andrés tenían expresiones tristes en sus rostros.
«Martina, Rosalía», dijo María con voz suave, «lamentamos mucho informarles que nuestro querido amigo Juan, quien solía tocar música colombiana en las noches de los viernes, falleció ayer por la tarde».
Un silencio pesado llenó la habitación. Juan había sido una parte querida de la comunidad y solía alegrar las noches en el café con su música y su alegría.
Abuela Rosalía tomó la mano de Martina, y ambas sintieron un nudo en la garganta. Sin decir una palabra, María y Andrés les entregaron un par de arepas recién hechas y las miraron con comprensión.
Martina y su abuela se sentaron en su mesa habitual, compartiendo el silencio y el sabor de las arepas que ahora tenían un significado más profundo.
Las semanas siguientes fueron difíciles para Martina y Rosalía. La pérdida de Juan dejó un vacío en sus corazones, y el aroma del café ya no era solo un placer, sino un recordatorio constante de su ausencia.
Sin embargo, en medio de la tristeza, encontraron consuelo en las dulces memorias compartidas con él.
Una tarde, mientras caminaban hacia el café, Martina notó algo diferente en el aire. El aroma del café y las arepas era familiar nuevamente, pero esta vez, estaba lleno de amor y gratitud.
Abuela Rosalía sonrió con lágrimas en los ojos.
«Juan siempre estará con nosotros en cada taza de café que compartamos, en cada acorde de música y en cada risa que compartamos aquí», dijo Rosalía con voz serena.
Desde entonces, «El Rincón de los Recuerdos» se convirtió en un lugar sagrado para Martina y su abuela. Cada vez que disfrutaban de una arepa caliente y un café recién tostado, sentían la presencia de Juan y su amor por la música y la comunidad. Disfrutaban del café y la música, y así como lo hacían con el mundo.
Los días pasaron, y Martina creció rodeada del legado de su abuela Rosalía y de Juan, el músico del café. El aroma y el sabor de las arepas se mantuvieron vivos en su memoria, recordándole que el amor y la música, entre otras cosas, perduran incluso después de la muerte. Porque, como decía su abuela, el amor nunca acaba ni lo hará jamás.
Y así, el pequeño pueblo siguió tejiendo sus historias, entrelazando el sabor del café y las notas de música con los lazos de la comunidad y con la mismísima eternidad.
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