Y mi cuerpo se hizo pan…

Y mi cuerpo se hizo pan…

Cada mañana, al despertar, mi primera impresión es estar en el lugar equivocado, en un lugar donde nada es real, donde no existe nada, donde no habita nadie…

El lugar, oscuro y frío, lo único que ha logrado es adentrarse en mi mente y hacer que recuerde la melancolía que embarga mi alma…

No es claro para mí, cuando fue la última vez que le vi, no sé siquiera si le vi y fue real.

La visión de su silueta me llevó al pasado feliz, donde el amor no era ilusión.

Me bajo de la cama con rumbo al baño, necesito asearme y salir de allí, comenzar a trabajar, antes de que la angustia golpee aún más mi corazón.

En unos minutos estoy lista, tomo el abrigo, abro el portón y el aire helado, igual que mi corazón, penetra en el interior.

La puerta del granero, que ahora se convirtió en panadería, pesa tanto como mis ganas de vivir; entro sin querer, enciendo la mortecina luz, dejo el abrigo por ahí, en algún lugar.

La mesa como siempre, preparada me espera; espera mis manos que ahora amasan el pan, con rabia, con dolor, con angustia, con llanto, con melancolía, con deseos de gritar, de callar y de volar; con tantas ganas de morir, como la masa que se aproxima al fuego que le convertirá en pan; en el pan de cada día, el pan de las familias de este maldito lugar.

Cada mañana, los sirvientes llegan al amanecer, cuando las primeras luces del día, asoman por las hendijas de las rústicas ventanas del lugar que ahora me es útil para amasar el pan que llevarán a sus casas, pan que servirá para acallar los gritos de su endeble estómago acostumbrado a largas horas de ayuno; el pan caliente que sus hambres cesará; el pan que con “tanto amor” prepara la panadera de aquel endiablado lugar.

Amaso la masa, la masa yo amaso, y entre unir y formar, y amalgamar y sobar, apretando, manoseando y mezclando, acaba la vida, el poco de vida que ahora me queda, o mejor, acaba la muerte que en un rato me llega.

Hoy, a pesar de todo, estoy animada, me encuentro sonriendo, el pan de cada día, el de hoy particularmente, tendrá un sabor especial, el sabor que prepara la vida que le lleva feliz a la muerte en el horno que crema la masa que con llanto se amasa.

En un ritual asesino; consintiendo, sonriendo, amasando, formando y cerrando los poros de existencia que le permiten respirar; exhalar, inhalar, la masa sonríe, yo rio con ella, olvido mis penas, me llegan recuerdos, y logro con esto distraer el pasado y unirme al presente.

Amaso la masa, la miro con gozo, el gozo que causa, saber que, en algunos minutos, se habrá convertido en el deleite de todos los que osen probarla, cuando en pan se haya transmutado.

Arreglando, ejecutando, produciendo, construyendo, labrando la forma perfecta del pan que servirá de alimento a los vecinos del barrio, quienes saldrán de sus casas directo al trabajo, felices, contentos, riendo y danzando por haber tomado el pan nuestro que su hambre ha calmado.

Mirando, observando, atendiendo, inquiriendo, reconociendo y procesando, mis manos bailan al compás que la masa les permite, la música la orquesta ella; ella tiene el poder de permitirme bailar o solo escuchar, de ponerme a reír, o dejarme solo sonreír.

Despierto en el campo tan verde, tan claro, tan grande, tan tierno, tan sano; corro entre los árboles frondosos que forman camino directo a los brazos del hombre que amo; me toma, me abraza, me mima, ¡me besa… cuan feliz soy ahora!

Reímos juntos, amamos, soñamos, besamos los labios con deleite y con gozo, el gozo que otorga la magia de sentirnos cercanos, de saber que el camino está hecho a la par de los sueños que juntos forjamos; a la diestra del Padre, que, desde el cielo brillante, nos cubre con su manto.

Me ama como solo lo hace el amante perfecto, tan suave y salvaje que inunda mi cuerpo de contracciones nerviosas que no puedo contener y me entrego a su cuerpo, tan dulce y tan fuerte, que, al momento sublime, me lleva a la muerte.

Atada a su cuerpo, ha muerto mi carne…el alma incansable recorre el camino que marcan sus pasos; tomada del brazo que ofrece mi amante, me adentro en silencio, incapaz de quejarme, en la hoguera que marca el final del sendero.

Despierto de nuevo, ahora ya es tarde, me encuentro en la leña, combinando mi sangre con el pan que se coce y que, en unos momentos, será el alimento de aquellos que esperan.

Esperan y espero que al degustar el sabor de los panes que he preparado con afecto y dolor, con lágrimas y sudor, sonrían y digan, que provechoso es amasar con el entusiasmo que otorga el amor…

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