¡Quién como ella! que cada mañana, al primer grito florido de un cantor espueludo, esparce en una mesa de venas profundas y surcos blanquecinos, una gran nube de finas partículas de harina preparando el desenfreno de ingredientes sin medida, convirtiéndose en ese néctar sagrado que fortalecerá el regreso de aquellas manos rudas que siembran y cosechan promesas de sudor, de dolor, de pasión, de ilusión y tradición.
No tiene piedad con el vaivén de puños que cierra y abre, pues mientras lo hace, cuenta sus infortunios, sus quebrantos, sus recompensas y también sus sueños frustrados.
Cada bollo que estira, es una ilusión compartida, cada suspiro que sale de su pecho resuena en las montañas que la rodean; y aún así, se esmera y saca a lucir su ritual de líneas perfectas que zanja la masa y promete su sello esperanzador. No son las mismas líneas que se entrecruzan en su rostro, donde cada una de ellas cuenta su historia y sus vivencias, donde la experiencia y su identidad la fortalecieron en tantos cambios producidos y que plasma lo aprendido durante generaciones las mejores y nunca bien ponderadas recetas extraídas de vidas pasadas.
Es hora de calentar el horno hecho de barro y paja, para luego de quemar pequeñas ramas, se haga un barrido profundo con jarilla, sacando afuera las cenizas y con ellas sus heridas del pasado y dejando dentro, el perfume ardiente de cocer con dedicación su alimento diario y delicioso.
Dispuestos ya los panes en el interior y habiendo pasado el tiempo de ser retirados, encorva su cuerpo para que con manos firmes y una pala diseñada de madera, extraiga esos manjares que aún humeantes, predicen su mejor degustación.
¡Quién como ella! que tiene en sus manos harina y corazón, sal y mansedumbre, aceite y dedicación, levadura y comprensión, agua y fortaleza; pero sobre todo, su preparación que emana amor, que deja de lado las incongruencias de la vida para demostrar, una vez más, que con tan pocas herramientas y muchos sentimientos se puede lograr saciar al mundo, a su mundo, a su tierra, a su pachamama que le entrega lo mejor de ella para alegrar sus mañanas cálidas y ancestrales.
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