Del centeno a mi alma

Del centeno a mi alma

Nada es más atractivo al paladar que un bocado de pan de centeno me recuerda el pan ancestral, es que se amasaba con calma en las aldeas tribales donde los niños se acercaban ante el grato aroma del recién horneado bocado, remontándome a los datos de su historia descubro que los historiadores y arqueólogos cuentan que las primeras formas de trigo recolectadas por el hombre datan de hace más de doce mil años. El origen del actual trigo cultivado se encuentra en la región asiática comprendida entre los ríos Tigris y Eúfrates, en la zona de Mesopotanía.

Desde la antigüedad fue triturado y amasado para formar esas bolas de masa crudas con agua y levadura y ante la mirada del panadero, crecería el doble de su tamaño original y con ello daría la grandiosa oportunidad de pensar en las bondades de sus semillas y considerar que en todo eso estaba la magia…

Hoy con el paso del tiempo sé que es un bocado del que debo probar pequeñas dosis, que puede ser difícil de digerir la idea de no contar sus calorías en mis caderas, pero no deja de ser uno de los logros de la humanidad, su capacidad para reunir a los grupos, aplacar el hambre del indigente y  hacer de materia una delicada artesanía que se devora con gula.

Las tardes de trabajo en la computadora se hacen amenas con un delicado bocado de mi pieza de pan y las tardes de lluvia junto a una taza de té, son más llevaderas, ante el cansancio de toda labor que se ponga enfrente.

La buena compañía

No habría bodas y celebraciones de cumpleaños sin una buena rebanada de pastel que no es otra cosa que una versión sofisticada del ancestral pan, con frutos y jarabes, elocuentes figuras de merengue y el adorno que va de acuerdo al festejo es todo un festín para el que celebra.

Yo no tengo la capacidad el panadero, me gusta ver como realizan su trabajo, siendo más joven no perdía ocasión de visitar las panaderías y observar la destreza al momento de hacer los codiciados bísquets. Mi padre hacía un chiste muy malo respecto a la forma como se hacían estas delicias con un delicado sabor salado, con tal de que le dejáramos algo en la mesa y no nos acabáramos a grandes bocados a ese pan, contaba que un día vio a un panadero de gran abdomen que amasando el que sería un bisquet con su propio ombligo sudado y enmantecado le daba el toque final.

Las tardes en casa de mi abuela eran de total alegría cuando tomaba su canasto y nos instaba a acompañarla a comprar el «Pam», como ella lo mencionaba… Me encantaba ver la forma tan diligente con la cual contaba las piezas de bolillo la dependienta de la panadería y las colocaba uno a uno en una enorme bolsa de papel de estraza.

Sabíamos perfectamente que mi abuela les haría un delicado corte para ponerles nata y un toquecito de sal que en verdad era gratificante.

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