Masas quebradas

Masas quebradas

Gordo el panadero, amasa sobre la mesa de madera lustrosa, en una vieja panadería de pueblo .

Está formando figuras de ratones y perros, poniendo clavos de olor por ojos y narices en los pequeños panes, no le gusta nada hacer éstos productos, pero los niños los adoran y cuando llegan a hacer el mandado usan el cambio para llevarse un animalito.

Se aclara la garganta y se restrega los ojos con un trapo sucio que usa como toalla para secarse el sudor y vuelve una y otra y otra vez a sobar cien bollos dulces.

 Trabaja de sol a sol con la luna de testigo y la soledad por compañera.

Baja con desgano a la bodega donde guarda sus cacharros y descubre olvidado en un cajón,un molde de rosca. Su imaginación vuela altísimo y salen de su cabeza muchas recetas que se pegan como stickers a las paredes de la cuadra.

Pan de anís, de natas, de azúcar, de violetas, de cebollas…

Recuerda la hora que es y corre a alimentar  su tesoro: la masa madre, que come religiosamente a las ocho de la noche. El hombre la contempla con orgullo pues él la creó. 

Con tristeza, desecha una parte que será reemplazada por harina nueva. Luego , la mezcla vigorosamente y cierra el recipiente para que no entre nada de aire, nada de luz, nada de nada y la acomoda en una alacena oscura.

Vuelve a secar su sudor y acomoda mecánicamente, varios recipientes con unas mezclas que huelen de maravilla.

Todas tienen nombre, Gordo se lo daba a cada creación nueva.

Oriente, es una esponja que absorbe el líquido en el cual se han macerado dátiles.

Italia, es una masa amarilla repleta de frutos secos que emana un fuerte aroma a limón y naranja.

Francia huele a hierbas, ajos y queso rancio.

España abraza fuerte con sus brazos de vino dulce y canela.

Gordo las mira, menea la cabeza y sonríe, como si de hijas se tratara el asunto. De pronto, brotan de su garganta unas notas graves que repite varias veces hasta que queda conforme . 

Porque el panadero también le canta a sus masas, y les dice cosas bonitas a sus oídos de sal.

Gordo tiene un gran dolor , que ahoga todos los días cuando se queda solo en la panadería, con beberajes dudosos que le infunden ánimo.

Es un hombre viejo  de unos 30 años, que bajó del avión del dolor y se hospedó en el mesón de la amargura.

Sin mucho esfuerzo podían contarse los huesos de su pecho semi desnudo siempre, porque siempre hacía en la cuadra un calor infernal.

Resulta ser que Gordo era muy flaco, tanto que podía ser el hermano perdido de un grissini.

Las noches eran largas en la cuadra. 

El horno , poco educado, escupía panes y galletas a toda hora, mientras en grandes bateas de latón se echaban una siesta las parejitas de mantequilla y azúcar, mirándose con deseo y acariciando el velo invisible del leudado perfecto, lento, cadencioso , voluptuoso.

El panadero respeta sus tiempos y espacios, aunque de vez en cuando les echa una mirada impertinente y rápida.

No tiene nada que temer. Todo está bajo el control de su rango, él es quien manda .

Si alguna de rebela será echada para siempre en la basura , donde en pocas horas, con suerte, será comida de cucarachas y hormigas hambrientas, o podría terminar en las mesas de alguna taberna de mala muerte.

La primera horneada de la noche avisa que está lista.

Una bandeja quemada por el uso, se acomoda en un estante con una elegancia increíble.

Estilizadas baghettes brillan como recién bronceadas en una playa caribeña y miran por encima del hombro a unos panecillos de centeno.

Gordo se da por satisfecho. Tira el trapo empapado de sudor y se sienta a esperar otra tanda de baghettes.

Se duerme un momento y la sueña.

Ella lo llama y él va sin prisa, mostrándose fuerte y enamorado, tomándola entre sus brazos con la urgencia de no quemarse, besándola con dulzura y repitiendo su precioso nombre  mientras la ama con locura.

_Oliva mía!_.

La muchacha lo besa y se aparta, dejando a Gordo despierto entre el olor ácido del fermento y la perplejidad de otro sueño roto.

Cads vez que podía dormir la encontraba en sueños. La única a la que había adorado!.

Se habían conocido mientras Gordo, que por ese entonces no era Gordo sino Aparicio, era aprendíz en la panadería del padre de la joven.

Allí, entre fermentos y esencias, su amor fue tomando formas.

Con el fuego de sus miradas se cocían al rescoldo delicadas obleas.

La pasión duró unos meses, en los cuales Aparicio tocaba el cielo con las manos , pero la impaciente Oliva cocinaba otros amores muy lejos de la panadería.

_ Más rápido gordo! le gritó el patrón burlándose, mientras el muchacho cargaba sacos de veinte kilos de harina durante horas. Lo que hizo que quedara en los huesos en cuestión de semanas. Perdió kilos y ganó un apodo. 

Hasta que un día,  dándole un último beso en los labios, lo dejó solo entre las cuatro paredes de la cuadra.

Esperando por un amor que lo olvidó hace varias horneadas de las cinco , cuando el olor a manzana solo podía opacarse por el aroma a aceituna del pelo de aquella mujer.

En la mañana, cuando el primer cliente entra al lugar, pide sin dudar nada, unos panecillos de aceite.  

El olor de las gemas verdes  despertaron en él un intenso deseo de  probarlos. Mientras disfruta el delicado manjar, piensa: _ Es de olivas, delicado e inolvidable como nombre de mujer.

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