Varadero, ilustraciones de Emiliana Cazal

Pasar una noche en Varadero era parte del paquete turístico. Éramos un grupo variopinto. Ustedes, una familia completa, mamá, papá, dos hermanas y un hermano pequeño, tú; mis abuelos que viajaban con una nieta quinceañera, yo; y una pareja joven de treintañeros.

Contabas que tu viejo ironizaba sobre el viaje a Cuba, e inventó que los teléfonos en la isla eran de color rojo, el chiste se convirtió en anédocta cuando encontraron que los teléfonos en las habitaciones del hotel de La Habana eran rojos.

Ingresamos sin el sello en los pasaportes como hacían en los 80, para evitar problemas con EEUU. Así que nos unió esa complicidad de infractores, y nos seguimos topando a lo largo de los años. Tu padre murió, mis abuelos murieron, la pareja tuvo una hija y se divorció, a él lo vi antes de la pandemia, me preguntó por ustedes, le dije lo de tu padre y que se fueron del país. 

¿Cuándo nos enamoramos? no recuerdo qué fue lo primero que nos dijimos, cómo comenzó todo. Supongo que la Clau tuvo que ver con reunirnos, con su carácter alegre y conversador. A tus 14 años querías hacer observaciones inteligentes, yo más bien callaba.

*
Todavía no había caído el muro y existía la URSS, y recuerdo a un grupo grande de rusos que venía del frío y llegaba al frío de Varadero. Cómo envidié sus chaquetas de pieles. Tengo la imagen de la pantalla del televisor que explicaba por qué nuestra visita a una zona cálida se había convertido en un tormento de frío. El parte meteorológico mostraba la masa de hielo que pasaba cerca de Miami, es decir de Cuba.

Estarías allí conmigo viendo la pantalla en el lobby del hotel y recorriendo con la mirada los abrigos largos, las barbas, las botas altas, los gorros y las bufandas, ¿y a ellos quién les advirtió? Estarán llegando de Moscú, me habrás dicho.

Nos pusimos toda la ropa que llevábamos, franelas sobre franelas, pantalones cortos debajo de blujenes y aún así teníamos frío. Me quedó la idea de volver y vivir un Varadero distinto, con calor y playa. No obstante hubo un día divertido, en que anduvimos en bicicleta, que para mí es sinónimo de libertad y dicha.

*
Veíamos hacia la oscuridad, desde el balcón en tu habitación del hotel de Varadero, supongo que no había llegado la masa gélida porque lo que recuerdo es cómo me gustaba recorrer tus brackets con mi lengua. Era el ansia, el deseo que no podíamos saciar con tantos besos, el amor secreto y la oportunidad de estar solos en ese balcón viendo hacia la nada, agradecidos de estar allí y de imaginarnos que era un momento importante en nuestras vidas.

No sé si décadas después, mientras me contabas de tu nuevo proyecto pensarías en esos besos apasionados con frenillos, yo era mamá de dos niños, divorciada y no lograba contarte algo que importara más que la historia de dos adolescentes besándose furiosamente.

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