Esto no es una historia, porque todas tienen final, esta no, no tuvo beso, no desenlazó, no existe fin aún. Era un engaño, o algo que no debía suceder más allá de nuestras mentes. Sin hacerlo físico no es real, y se evita el arrepentimiento.
Pero sin poder evitarlo y deseando provocarlo, la situación propicia se dio. Y nos encontramos y nos apartamos, todo era calma entre el aire que nos separaba, el trascendente final se podía palpar y las ansias internas lo justificaban.
No hay historia sin villano, inocente y desafortunado, apareció y rompió el momento, con la de años que me había costado lograrlo y la de barreras, de variadas índoles, derribadas por mi tenacidad, quedaban hechas añicos a mis espaldas.
Todo acabó sin ese beso, la ausencia de un físico contacto, eterna duda sobre que pudo haber pasado, si sentir lo tantas veces soñado en realidad hubiera merecido la pena o la alegría o el sufrimiento o el desengaño.
Sus pasos hacía atrás se convirtiendo en zancadas de gigante asustado. Mi amarga impotencia en ira desmedida hacia todo lo que se interpuso alrededor. El inocente culpable del despropósito no llegaría a entender en absoluto la situación que evitó.
La cordura, en este caso, no fue buena compañera pero se quedó para ejercer su poder y cuando las circunstancias nos separaron físicamente, la templanza enfrió cualquier posible retorno de ese anhelo de compartir carne y deseos.
Inusitada distancia, puñales con filos de necesidades arrojados sin medida ni cordura. Arrepentimientos, dudas, falsas confesiones.
Pendiente, de todo, de nada, de algo, de ti.
No fue ninguna historia, porque no tuvo final. Ni beso.
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