EL BESO QUE NO FUE.

EL BESO QUE NO FUE.

Luis Madrid

14/03/2021

Era un día de tonalidades grises, en el cielo que sobre nosotros se posaba. En aquel momento, durante un día imposible de precisar con exactitud, posiblemente ubicado en alguna semana de mayo, y correspondiente a un calendario vigente, hace no menos de cinco años; fue cuando ella finalmente, vino a aparecer tan cerca de mí, tal cual como yo lo había deseado.

Pues durante mis ensimismamientos íntimos como frecuentes, yo no tenía mejor cosa que hacer, que volver a su hermosa imagen de cuerpo entero. De la cual siempre insistía en recordar: tanto su rostro ameno, de claras expresiones femeninas; escoltado por unos largos cabellos lacios, que le llegaban a los hombros; y adornado por una sonrisa comedida, de la que de alguna forma, siempre me sentí un sincero rehén.

Allí estaba ella de una vez por todas. Juntos estábamos los dos, después de tantas invocaciones íntimas, por mi espetadas al infinito; durante el paso de una noche profunda, en que los insomnios no me permitían, encontrarla en mis sueños, libre de ataduras morales y de correspondencias imposibles

Allí finalmente estaban ellos: Carolina por un lado, y yo Luis José por el otro; bajo un árbol grande, cuyas ramas extensas parecían querer abrazarnos, y con ello evitar que se difuminaran nuestros afectos recíprocos: que para entonces no tenían problemas en expresarse plenamente. Si después de todo, ya era mucho el tiempo de habernos mirado mutuamente, sin poder perdernos despreocupadamente en el calor del otro; por el temor que en algunos entornos pueden infundir, las presencias infaltables de no pocas miradas inoportunas.

Allí estaba su trigueña piel, tan común en estas comarcas del trópico, aceptando el calor de la mía, de una tonalidad más cercana al ébano de un árbol. Cuando me atrevía a acercar mis labios cerca de los suyos, solo después de ella cerrar sus ojos, semejantes ambos a la más brillante de las piedras del azabache; y con ello fundir mi aliento con el de su ser, para intentar disfrutar un poco de las mayores emociones que nos obsequia esta vida: igualmente condenada como se sabe, a un día cualquiera ineludiblemente terminar.

Allí estaba yo insistente y resuelto: fundiendo mi alma a la suya, durante la extensión de ese beso. Mientras ella receptiva era, con mi atrevida demostración de amor, cumpliendo con corresponder con sus labios, a lo que habían de perseguir los míos, en aquella cercanía de estremecimientos mutuos, de imposible extensión terrenal.

Ya que después de todo, ese idilio condenado a terminar, llego pues a su fin. Justo cuando sentí que una de sus manos pequeñas, generalmente suaves y cálidas, se posaba cariñosamente sobre mi rostro aun extasiado.

Tuvo que ser una de sus dos delicadas manos, la de aquel tierno contacto: aunque a ninguna de estas, en ese momento clave,  pude observar con claridad; para después de ello volver a mi sombría como amarga realidad: en la que incluso su mirar hermoso, es evidente, que tampoco en mi tiempo presente, se deja mostrar.

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