Lías Melia ¿Das un beso? Era la forma que tenía Lúa de darme los buenos días cada mañana. Nadie daba los besos como ella. Si le decía que podía pasar, con trote travieso se apresuraba a entrar en el despacho, acercaba sus manos a mi cara y me estampanaba tremendo beso.
Sus besos eran retorcidos, de los de ruido y babas, que dejaban en mi mejilla un suave hormigueo y mezcla de saliva, galletas y pasta de dientes.
La pandemia nos ha robado ese instante matutino y tantos otros. Llegaron la mascarilla y el confinamiento, y desaparecieron esos momentos mágicos y divertidos que nos hacían mas llevadera la jornada. Porque trabajar donde otros viven requiere un equilibrio que no siempre se consigue.
Es asombroso cómo son capaces a adaptarse a situaciones que no entienden. Tres meses pasaron recluidos en los módulos. Cesaron todas sus actividades, las visitas y el contacto con el exterior. Llegaron las videollamadas y los besos virtuales. Atónitos miraban aquellas pantallas planas. Voces amigas salían de ellas y las caras que creyeron perdidas les hablaban emocionadas con el anhelo de ver una sonrisa.
Hemos avanzado un poco desde entonces pero nada es como antes. Aquí dentro hacen vida normal pero en burbuja, cada módulo por separado. Hay hermanos que se ven de lejos y amistades que se van olvidando.
Al salir de nuestra reunión diaria, saludo desde lejos a las familias del primer turno de visitas. Con tristeza me dicen que les ven más delgados y apagados.
No me canso de ver como Cati lanza besos de ventosa al aire, que recibe su padre emocionado al otro lado de la mampara que les separa.
Lúa vuelve a visitarme pero ya no pide besos. Una gran pérdida los besos de Lúa.
––Lías Melia ¿Cuándo voy? ¿Mañana?
––Cuando se pueda Lúa.
Veo por los pasillos cómo van y vienen. Mamen lleva bajo su brazo la muñeca que le trajeron los Reyes.
––Este año no podemos llevársela nosotros por el cierre perimetral y no se puede quedar sin ella–– me dijeron su madre y su hermano antes de Navidad. ––Te pedimos por favor que se la compres tu y ya haremos cuentas.
Sus majestades enviaron la muñeca por Amazon. Lo que no sabe Mamen es que quien escribió la carta ya no lo hará más.
Durante estos doce meses no solo se han esfumado nuestros besos, muchos de aquellos que nos los daban, se han ido con ellos.
Acaba mi jornada con el sabor agridulce que dejan todas y cada una de las conversaciones que mantengo a través del teléfono. Mi voz es la delgada línea que les une a ellos.
––Habéis sido su familia todos estos meses.
Ya en el pasillo, veo cómo Lúa lleva de la mano a Teo hasta el fondo donde le arrincona con su rechoncho cuerpo y le besa en la boca.
Bueno ––pienso–– al menos, no se han perdido todos.
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