Beso de película: El beso del reencuentro (El diario de Noah/ The Notebook)

Beso de película: El beso del reencuentro (El diario de Noah/ The Notebook)

Una voz al alba

11/03/2021

 


Tenía ocho años cuando aprendí a fantasear sobre los besos de un hombre que no fuera mi padre, todo gracias a esa película. La transmitieron por la televisión, pero llegué muy tarde como para descubrir su nombre. A mis doce años la anunciaron otra vez, para el fin de semana “Sensacine” mostraba promociones de ese beso, arreglé mis días para no perdérmela.

«El Diario de Noah» se llamaba, pero no era el chico lo que me embriagaba, o la hermosa historia que aguardaba al final, lo más cautivador era… ¡ese beso! El beso del reencuentro, una pareja que se conoció de casualidad, se enamoró sin querer, se separó por cuestiones familiares, pero volvió a encontrarse por el destino.

¡Si! Y que reencuentro más hermoso que el de un beso, entre las dudas y la incertidumbre, una vez que esas dos bocas se encuentran la mente se aclara y ya no importan los modos sociales, porque ese beso cambiará vidas.


Los años siguientes, tuve epifanías cada vez más elaboradas sobre los “Noahs” que tendría en la vida, deseando por supuesto, que un día algún beso me diera el secreto del amor verdadero como a «Rachel McAdams» en «The Notebook». Pero claro, no necesariamente con el mismo conflicto.

Y fue a los dieciséis años cuando al inscribirme en la universidad conocí al caballero elegante dueño del café de al lado de la estación del metro. Yo, una adolescente, no fantaseé de manera inmediata, no pensé que sería mi Noah, o que terminaría en un “felices para siempre”.

Pero los días pasaron y aquel semestre se convirtió en mi amor de verano. Entre largas tardes de compañía y conversaciones intensas, cuando pude darme cuenta, estaba hasta el cuello de hormonas deseando esos labios sin remedio.  Era tan intenso que estaba aterrada. Entre el miedo y las mil y una historias de mi madre al respecto de como «besar los labios de un hombre de otra raza», que encima «me dobla la edad», no tenía forma de salir bien. Terminé huyendo…

… Tenía dieciocho  años aquella tarde del catorce de febrero, cuando su mirada y la mía se volvieron a encontrar de casualidad y como si un agujero de gusano se hubiera tragado los meses pasados desde aquel adiós sin despedida, solo una conversación bastó para recobrar las pasiones pasadas… ¡Oh Dios! Esos labios inspiraron mi vida, se volvieron la musa de mis poemas…

Dos semanas después, una tarde, en medio del atardecer, él y yo nos quedamos solos en aquel café, hablando por horas (como siempre) y una nube de tensión carnal inundó el ambiente, un silencio prolongado, una corta caricia… Se colocó frente a mí, tomó mi rostro con sus dos suaves manos, me miró fijamente a los ojos, y en un instante se adueñó de mis labios como si los suyos fueran el molde para los míos, entregándome ese beso que tanto anhelé, el beso del reencuentro, que me mostró el amor verdadero.

Lo demás, hoy es historia

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