La dulce espera.

La dulce espera.

El reloj redondo y destartalado de la pared marca las 18.00 en punto. Como siempre, me gusta llegar media hora antes y sentarme en el mismo sitio de la barra.

-Tony, lo de siempre, después sácame una cerveza. – Le digo mientras me desabrocho el abrigo y voy acomodándome en el que considero mi taburete de todos los miércoles. Me froto las manos e intento que entren algo en calor. A pesar de estar en marzo, hace un frío de cojones en la calle. Parece que la primavera no quiere asomar y darnos algo de calor en este invierno que se está haciendo eterno.

– Ya sabes que, a ella, no le gusta que bebas. –Tony frunce el ceño mientras me sirve y agrega un recipiente con pipas.

-Y tu bien sabes que, a ella, le gusta que nos pongas unos pistachos y te dejes de estas pipas rancias. – Respondo un poco ofendido. No me gusta cuando los demás creen conocerla mejor que yo. Sé perfectamente que no le gusta que beba. Al igual que sé que el morado es su color favorito, que le encanta leer y le aburre el deporte, que le apasiona su trabajo y adora la música. Que tiene un corazón enorme y una mirada intensa que atravesaría a cualquier persona. Sé diferenciar cuando su ceño fruncido no es solo de preocupación sino también de tristeza. Tengo claro que es mi otra mitad, aunque la verdad, siempre creí que, para eso, tendríamos que ser parecidos en algún aspecto. Pero ella es superior a mí en todo lo que hace. Es el amor de mi vida y sé perfectamente lo que pasa por su cabeza cada vez que entra por esa puerta de madera y se sienta en el taburete que le tengo reservado. Son tantos años juntos que, para mí, es un libro totalmente abierto. Realmente cuando alguien habla de ella como si la conociera mejor que yo, me jode, me jode muchísimo.

Tony vuelve con el tarro de pistachos y le prepara la copa de vino que a ella tanto le gusta. Quizás, puede ser que sea donde ahí nos parecemos tanto, ambos somos de costumbres. A ella le gusta su rivera y a mí una alhambra bien fresquita después del cortado. Respecto al alcohol, yo también podría recriminarle que no debería beber en la hora de descanso del trabajo, pero realmente no puedo. Nunca me ha gustado enfadarme con ella porque sé que en el fondo tendría muy buenos argumentos que le harían llevar la razón.

Las y media, se abre la puerta. Escucho sus tacones, tan coqueta y puntual como siempre. Me giro y allí está, tan preciosa como el primer día que la tuve en mis brazos.

-Hola Papá. -Se acerca y me planta un beso en la mejilla. Uno más para ella como cada miércoles y uno más para mí, que me llena de vida como cada semana desde que no está su madre a nuestro lado.

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