Un canto iniciático que embriaga el alma son tus besos para mí.

Penetran la columna con sus notas ensangrentadas y se extienden hasta las uñas.

Mi cuerpo desnudo siente la tierra. El rasgueo que acaricia estos muslos sedientos en busca de la melodía de tu guitarra (o tu boca).

Un tambor sonando es una llamada que conecta la noche con mis estrellas, bolas de fuego que arden en la oscuridad de tus ojos.

Así me prendo.

El eco asciende por los pies sorteando las rodillas y se hunde en el ombligo que espera el tiempo de los besos.

El estruendo de las palmas que cesan para dar paso al grito profundo que marca los tiempos del trance.

Mis brazos se extienden sintiendo la ola de pasión que recorre cada ápice de mi piel.

Escalofrío y saliva.

Esta melena se pierde en la maraña de notas en un giro infinito. Un baile catártico.

Rasgueo.

Con una mano alcanzo el cielo y con la otra beso tu tierra.

De cerca y de lejos te siento en mí. Recuerda mi boca candente cantando en tu oído palabras de amor o, en su defecto, una cadencia de besos.

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