Beso-disculpa

Beso-disculpa

Ave inmóvil

25/02/2021

Un nuevo encuentro quizás tenga la fortuna de calmar la borrasca que se desató dentro de mí desde aquel instante feliz en que nuestra atracción quedó sellada por un beso.

El calor de la tarde empezó a ceder, el sol ya no quemaba el pasto. La salida era posible. De modo que organizamos la finca y empacamos nuestras pertenencias. Ander y yo fuimos los últimos en salir, lo hicimos de una manera conscientemente lenta, como si hubiéramos acordado una señal que nunca existió, pero que ambos entendimos. Él bebía su cerveza en lata y yo acomodaba las cosas en mi maleta. Justo cuando me iba subir a la motocicleta preguntó si quería tener sexo. Me quedé de piedra. El corazón empezó a saltar de pura adrenalina y tuve que echar mano de mis últimas fuerzas de voluntad para rechazarlo. Para decirle que no, “que mejor en otra ocasión”, porque a escasos metros irían los demás y notarían nuestra ausencia.

Ander ensayó un intento de protesta, sin embargo, su resignación lo hizo apartar la mirada con gesto de fastidio.

Quería disculparme de alguna forma. Yo no podía dejarlo así, con las ganas expuestas. De inmediato, un deseo incontrolable se apoderó de mí. Lo vi más guapo que de costumbre, más deseable y su fisionomía debía ser tomada en ese momento como un ultimátum: “es ahora o nunca”. La tarde era cómplice y sus labios se veían más frescos porque recién había dado un traguito a su cerveza. Temí recibir una represalia, puse mis manos en sus hombros para percibir la reacción. No hubo rechazo. Me incliné lentamente sobre él, calibrando las distancias. Cerré los ojos lanzándome a la aventura de hallar una respuesta favorable. Me correspondió. Nuestros labios encontraron el acople enseguida; el desenfado iba desapareciendo en cada movimiento: fue un beso lento, intenso y tierno. Era la primera vez que besaba a un hombre. Sentí la respiración agitada y el corazón descontrolado pese a la tranquilidad del beso. Luego me aparté, recargué mi frente sobre la suya y le di uno más ligero en la mejilla, como diciéndole: “Sí, me rindo ante ti. Pero aún me quedan fuerzas para dar la pelea”. 

Desde esa tarde he añorado besarlo otra vez…

El final del día no pudo estar mejor cuando llegamos a la cima de una montaña y nos situamos frente a un atardecer neón con nubes negras sostenidas por un aire liviano, que se quería escapar de la oscuridad. Intensos colores se negaban desaparecer del cielo en la noche que llegaba tímidamente ante la espectacularidad del crepúsculo. 

Ellos se tomaban fotos yo solo observaba de lejos, callado, tratando de asumir las cosas increíbles de ese día. Y ¿después? Después, la carretera solitaria, la brisa acariciando nuestros rostros.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS