Un beso de historia

Un beso de historia

Julio Escorcia

26/02/2021

No estaba planeado, tampoco había señas de que algo parecido ocurriría, sin embargo, he de confesar que estaba preparado para la ocasión. Habían sido muchas tardes de práctica, de ensayos para cuando llegara el día preciso.

Por lo general, utilizaba la sangría de mi codo izquierdo. No tenía ninguna razón particular para utilizar ese brazo, aunque creo que era porque soy diestro. En fin, levantaba el brazo hasta llevar esa zona a mi boca e iniciaba mis prácticas de beso; desde luego, no tenía la más mínima idea de que hay varios tipos de besos, así que, en ese tiempo, para mí solo existían los besos de lengua y los besos sin ella, el de la mejilla y la frente no me interesaban, y los demás eran un lujo que desconocía.

Obviamente, debido a que no quedaba ningún resto en mi brazo, además de la saliva, significaba que las prácticas iban bien encaminadas. De más está decir que nunca me hice un moretón.

Ella, por otro lado, seguramente nunca tuvo la necesidad de hacer nada de eso, quizá no veía tantas telenovelas como yo; además, yo tenía diez años y ella siete u ocho. Aun así, ella era mucho más pila que yo. Pues sí, desde que tengo memoria soy, como dirían muchos, «caído de la mata», pero es algo que no me avergüenza.

Jugábamos en casa de mi tía Mía, yo andaba con mi abuela y ella… no lo recuerdo, solo sé que estaba allí conmigo y con otro primo mío; estábamos en los muebles del recibidor mientras los adultos reían y echaban cuento en una habitación. Yo me tiré en uno de los muebles por una razón que no recuerdo y ella se lanzó en el mismo mueble. Mi primo se había desaparecido, solo estábamos ella y yo en el recibidor. Durante un tiempo que no he podido determinar, nos miramos y surgió el beso. Quizá solamente transcurrieron segundos, pero lo sentí lo suficientemente extenso como para darme cuenta de que mi sangradura era una imitación muy pobre y para comprender por qué Santiago, mi primo mayor, siempre buscaba la forma de robarle un beso a Susana, la vecina de enfrente que tenía como trece años.

Más nunca volví a utilizar mi brazo como instrumento de prueba. A ella la volví a ver varios años después, cuando solo nos quedaban lunares de nuestra infancia, pero eso fue de forma física, pues constantemente reconstruía el beso en mi memoria y, a medida que pasaban los años, el susto y la ansiedad se incrementaban; me imaginaba su mirada, su risa, sus gestos, su cuerpo, las palabras que nos diríamos…

Cuando ese instante llegó… La encontré en la casa del beso, así la bauticé, su figura iba mucho más allá de lo que imaginé, incluso era más alta que yo. Me miró como me miraban mis amigos y me saludó con la mano desde la distancia. No entré a la casa y tampoco la he vuelto a ver a ella.

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