¡Sí, sí, sí, sí, sí! ¡Que me vuelvo maniático y loco y loco maniático! Y les juro ―aunque jurar en temas como labios, bocas y piel, siempre me ha traído problemas― que no busco ningún premio. Tanto es así, ¡que ni las bases logré memorizar! ¿Debía la cosa ser narrativa? Pues ya lo ven: esto no es más que una efusión, un divertimento, una miscelánea malograda. Y ni siquiera eso. Y, además, ¡tantos signos exclamativos! ¡Y tantas expresiones exclamatorias!, y tantos adverbios, y tan pocas comas, y todo tan barroco ―es tan delirante re-conectar con aquel pueril instante divino―, que les doy mis condolencias a los amantes de la buena literatura. Es que, aunque intento expresarme con la simpleza del prudente (cuidado que se vienen los tantos y las tan pocas y lo todo tan), anhelosamente me estalla la sinapsis recordando cómo, cuando aproximando tan livianamente su mejilla ―¡Cachete, Julián, cachete!― hacia mi boca en aquella debutada madrugada de nuestros quince en que me contagiaría unos granitos de la cara después de que abandonando la tan erótica línea de su perfil frente a frente barbilla contra barbilla y pestañas contra párpados como escobillas barriendo sobras de incredulidad sorpresivamente se interpusiera a mis labios rechonchos con los suyos ―Obras de Dios con su pincel de trazo fino―, por primera vez advertí el mismo aroma que de una bocanada respiraré en el intervalo de este mismo instante:
―…
Y es que, cuando Rita se baña ―como ahora― con su Karité Verbena, el oxígeno me llega en una nube de concupiscente vapor. Y créanme: yo sé que en cualquier momento se me aparece en el dormitorio.
Y, justo en medio del hálito ritaniano, me vengo a encontrar con este concurso sobre los besos. O sobre el beso y el cine. O sobre el beso, el cine y las fotografías. O sobre algo de lo que seguramente ustedes respiran con tanta maniática locura como yo ―cada vez que mi mujer se presta a borrar el espacio físico que nos distancia, para quedar frente a frente, barbilla contra barbilla y pestañas contra párpados como escobillas que, inútilmente, intentan barrer sobras de una sorpresa, que se han vuelto faltas en la más prodigiosa costumbre.
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