En mi cabeza me acercaba, volvía a desaparecer el mundo.

No hablábamos. Sólo una mirada que lo explicaba todo. Ninguna duda.

Me atreví a aproximarme pero los labios se movieron a la vez.

Muy despacio, se juntaron como tanteando algo desconocido que se vuelve familiar en un segundo. Con los ojos cerrados volviendo a ver estrellas y sin ser conscientes de ser dos.

Una conversación pendiente que se hacía física, sin necesidad de explicaciones.

Muy lento, sin urgencia. Como un diálogo aplazado mucho tiempo. Sin dudas.

Y llegó el tren. Y yo estaba en una punta del andén y él en otra.

Como siempre.

Sin hablar.

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