Agité el paraguas entrando al hospital y recordé el pollo al ajillo que cocinaba “La Mary”. Nunca le pedí la receta. (Pasa por la derecha de la recepción, cruza dos pasillos, dobla a la derecha para ver los ascensores) Mierda.
—Disculpa, ¿Dónde están los ascensores para las habitaciones?
—Aquí mismo. Señaló la esquina – girando a la derecha.
—Gracias, si es un perro me muerde.
Crucé dos vestíbulos. Habitación 336. La puerta estaba cerrada. Golpee dos veces y pasé dentro sin esperar respuesta. No olía a pollo sino a hierba recién cortada y como a tierra mojada. La penumbra la aclaraban hileras de cuadrados alienados y diminutos de la persiana.
—¿Abuela? Se agitó la cama.
Subí un poco la persiana. El bulto resopló. La Mary dormía boca arriba. De las sábanas sobresalían el brazo, con las vías, y la cara de mi abuela. Tenía la boca abierta y jadeaba. Me acerqué y toqué su pelo despeinado. La piel estaba templada, seca y fruncida. Le dí un beso en la frente. A su piel reseca no parecía apetecerle recibir humedad. Pensé en el Otoño, en un bosque húmedo y me arrepentí de no fumar un cigarro antes de entrar al hospital.
—Tengo ganas de tu pollo al ajillo abuela.
Sentado sobre su cama me giré. Encima de la mesilla alta había unas revistas del corazón, sus gafas y dos pañuelos de papel estrujados. Abrí el cajón. Un par de paquetes de pastillas, una bolsa de tela con artilugios para maquillarse, un cepillo y al fondo su cartera. La abrí, me apetecía volver a ver a La Mary sonriendo.
—Has venido —Dijo una voz a mi espalda—.
—Joder tía, qué susto.
—¿Vas a robar a tu abuela?
—No tengo otra cosa mejor que hacer. Sólo me apetecía volver a ver su cara. Al menos como era antes.
—Impacta, ¿verdad?
—Sí, es una pena.
Dejé la cartera en el cajón y volví a la ventana. Me lié un cigarro. Intentaba decidir en qué fijarme por el pequeño hueco que dejaba la persiana. Las gotas chocaban intermitentes el trozo de cristal. Mi tía ordenaba el armario o no, no lo sé. Ordenaba.
—Voy a fumar un cigarro.
Ni me miró. Hice el camino de vuelta. Abrí el paraguas. Encendí el cigarro. Desapareció el regusto a tierra y hierba mojada y ya lejos de la puerta, humeando, mientras la lluvia remitía, decidí ir al bar de mi calle, pediría pollo al ajillo.
Firmado: Rambaux (2021)
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