No era Texas

No era Texas

Marta Posadas

16/02/2021

Sonsoles era una de esas niñas de trenza larga y morena que tanto envidiaba. No, era más fascinación que envidia. Hablaba y escuchábamos, se dirigía a nosotros con autoridad y te hacía sentir que era solo a ti a quien hablaba de aquel modo digno, dulce e implacable. Todos en la parcela estábamos destinados a cumplir sus órdenes, a caminar por donde ella decidiera, igual daba que fuera el jardín, a pesar de su cartel de prohibido pisar el césped, como la barandilla que separaba el patio de la caída de la rampa del garaje. Organizaba los juegos, decidía los equipos y disponía de las gomas de saltar, balones y bicicletas de los demás.

Si Sonsoles te decía que tenías que estar después de la peli del sábado en los contenedores, estabas. Si te decía que sería guay jugar a Dallas, jugabas, y te escondías detrás de los cubos y hacías como que ella era J.R. y tú alguna de aquellas preciosas mujeres a las que seducía en cada episodio. Si te decía que había que besarse como en la serie, inclinando un poco la cabeza hacia un lado y juntando muy fuerte las bocas, lo hacías, aunque te temblara todo el cuerpo y notaras que la sangre te subía de golpe a la cabeza y que el corazón se te salía. La besabas aunque creyeras, a tus siete años, que quizá te estuvieras casando con aquella niña que tenía la vida del universo entero en su mirada y te mareabas solo de pensar que puede que fuera así como se hacían los bebés y que por qué olía tan bien allí si estabais rodeadas de basura. Sobre todo si eras la niña invisible de pelo ralo en la que nadie reparaba nunca.

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