Percibió el cambio de temperatura que le obligaba a emerger sin el deseo de hacerlo.
¡Resiliencia! Florece un gran período.
Estimulado, por una fuerza superior, continúa hacia su destino. Tiene que seguir. Debe afianzarse en este nuevo empuje. Ignora que en breve podrá alcanzar la meta, y llegará al final de ese camino. Desde donde saldrá para entrar en una fase superior. Entonces alcanzará la cúspide de la gestación de su ser.
Quizás piensa o, tal vez no tenga esa capacidad, pero intuye, que no está solo, que el corazón que ha latido junto al suyo, sigue ahí; palpitan unidos, ensamblando su ritmo, dándole la confianza suficiente para seguir adelante.
Por fin asoma tímidamente…
Los que le esperan mantienen la expectativa. Saben, que de un momento a otro, le podrán dar la bienvenida. Le demostrarán su afecto y le ofrecerán: delicadas caricias, cariñosas palabras, amigables sonrisas. Tendrán el futuro ante ellos y su propia existencia cobrará un nuevo sentido.
Cuando la criatura irrumpa a su lado, se ampararán bajo el manto del anhelo. El llanto del neonato llegará a sus oídos y, satisfechos, se harán guiños de ilusión al comprobar, con el vozarrón, sus buenos pulmones.
La alegría correrá a raudales entre los concurrentes que, aunque muy acostumbrados a tal menester: ayudar a la llegada de muchos; sienten colmado su espíritu de felices emociones. Se afanan en recibirlo, le brindan sus cuidados.
El delicado ser, ajeno a las circunstancias, profesa un cierto reproche hacia quienes lo recogen: siente frio. Oye murmullos que no comprende. No ve que pasa a su alrededor. Y, aunque percibe un olor destacado, hay otros aromas que no reconoce su olfato. Sus pulmones se llenan de oxígeno. Al inhalar el aire, exhala un grito. Sin sospecharlo, su lamento, ha originado alegría. Su garganta sigue clamando, su sollozo se hace más latente. Pierde la valentía. Ha sentido una destrabada y al instante; ha perdido la alianza con su madre. Ambos perciben el agotamiento. El proceso ha culminado. Primera lección de vida.
El neonato descansa sobre el pecho de su madre que le resguarda entre sus brazos. Nota un resplandor e intenta abrir los ojos, afina la mirada: son sombras; no le infunden temor.
Ya no hay sufrimiento, desaparecieron los escalofríos, la incertidumbre. El miedo se ha extinguido. Ahora solo siente placer, vuelve a percibir una música familiar “bum bum bum, tucutún tucutún, identifica el sonido; son los latidos de un corazón conocido.
Se relaja acurrucado en un tibio abrazo; se siente feliz.
La madre, henchida de orgullo, alza a su hijo, lo observa cariñosamente, lo acerca a sus labios y le obsequia con el primer beso de su vida.
©María Teresa Marlasca
OPINIONES Y COMENTARIOS