¿Beso, atrevimiento o verdad?

¿Beso, atrevimiento o verdad?

Maleni

10/02/2021

La luz entraba a través de las maderas de la caseta, flechas que atravesaban el polvo en suspensión. Estábamos los tres muertos de calor, pleno agosto a la hora de la siesta.

Perico respiraba agitado, habíamos llegado corriendo desde su casa, estaba un poco gordo y siempre llegaba el último a la hora de correr. Sentados en círculo como los indios, era el turno de Daniel. Escogió verdad, y Perico hizo la pregunta, q escapó como un puño y se llevó el aliento de todos. Daniel recogió las piernas y se quedó sentado con la frente apoyada en las rodillas, escondiendo la cara, muerto de vergüenza. Yo veía sus orejas color escarlata, era rubio y se sonrojaba con facilidad. Las chicharras no daban tregua.

La madre de Daniel bebía porque su padre le había hecho seis hijos y la tenía esclavizada a la tarea de criar una familia con poco presupuesto y la ausencia total de padre, que tenía un segundo hogar con otra mujer y otro hijo, muy parecido a Daniel, a lo visto, y casi de la misma edad.

Eva bebía y la habían visto salir a la calle de noche, hablando sola y con los mocos colgando. La había visto Perico, que vivía en el chalet contiguo. Su dormitorio tenía una ventana que daba a la calle justo en el punto donde se paró Eva a maldecir a su marido y al universo entero. Detrás de la persiana cerrada y a oscuras Perico se enteró de cosas en mala edad y en mal momento.

Sí, la madre de Daniel era alcohólica, y ahora lo tenía que reconocer ante Perico y ante mí.

Daniel y yo éramos compinches, nos cambiábamos canicas, nos ayudábamos a conseguir los cromos que nos faltaban, íbamos juntos cuando había que hacer equipos. Le dejaba mi bici. Era el más veloz y el que mejor jugaba al fútbol, nunca vi sus huesudas rodillas sin moratones o heridas. A sus once años corría como un ángel, delgado y rubio, ligero e inalcanzable para la tropa de niños boqueantes que dejaba detrás, entre ellos Perico.

Llegó mi turno y escogí beso. Daniel continuaba con la cabeza entre las rodillas y Perico seguía sentado como un indio, sonriente y expectante, sin perder de vista la botella que tumbada en el suelo iba a decidir a quién besaría. Entre sentimientos de venganza y consuelo la hice girar.

A Perico se le congeló el gesto. Por segunda vez el silencio nos trajo el coro de chicharras. Pagaría por su atrevimiento.

Daniel no vio la botella pararse frente a él. Levanté con suavidad su barbilla, entre el flequillo los ojos azules se mostraban secos y enrojecidos. Estaba muy serio. Todo él tenía un halo dorado. El sol que entraba por las rendijas se aferraba a su cabeza rubia y despeinada.

Fue el atrevimiento de Perico, la verdad de Daniel y finalmente, mi beso, entre flechas de luz y cantos de chicharras.

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