Abrió los ojos y la luz clara, fulgurante, artificial, la cegó de tal manera que la hizo llorar. Lo siguiente, es su boca en un beso, un beso al cuerpo, húmedo, caliente, al compás, tranquilizador, un primer beso. El que vino, fue más plástico, industrial, en serie, húmedo también, recuerda haberlo repetido. Luego, besó sus propios labios, besó sus propios dientes, su lengua con su lengua, hasta que con el tiempo empezó a besar el aire, los juguetes, inclusive hasta un mueble. La goma plástica se quedó atrás y lo siguiente que besó fue el metal de la bombilla, más amarga, más caliente; junto a eso, su primer beso de amor, a la peluda cabeza de su gata, besó árboles, besó al suelo en algún traspié. En lo social, tras unos años, en el colegio, besó en el cachete a su compañera de juegos, un tiempo después con y en los labios apretados, muy apretados, a la persona que le gustaba; besó a su madre, besó a su abuela, con ese amor más tierno y siguió creciendo. Besó a las personas de las revistas, al oso de peluche de su infancia que ya no tan a menudo la acompañaba y el tiempo pasó, besó los apuntes de esa materia tan difícil de aprobar, besó a más personas esta vez con los labios sin apretar. Llueve. Hubo besos como flechas, hubo besos proyecto, hubo besos desilusión, hubo besos como no hay besos y el tiempo siguió. Y siguió dando besos, pero menos besos, nuevamente en la mejilla, en las manos jóvenes, en las frentes y desde muy arriba en la coronilla. En este continúo de besos empezó a dudar, olvidar los que daba o los que quedaban sin dar y recordando alguno de todos esos besos dados, besó una lágrima llorada y la luz clara, fulgurante y artificial se apagó.
OPINIONES Y COMENTARIOS