Un beso de ensueño

Un beso de ensueño

Ansiass__

09/02/2021

Cada sábado la abuela me daba un nuevo regalo: aretes, vestidos, dulces. Pero aquel sábado, me dió un libro. Mi primer libro de verdad, ya no tendría porque comerme las excusas de papá y sus malas ganas que él llamaba «regalillos» que compraba en el puesto de la ciudad: periódicos. Un artículo para cada día y así saciar mis ganas de leer.

No salí de mi alcoba hasta terminarlo. Después de todo era el mismo acto de un beso.

Pero lo atrapante dentro de esas líneas, no era en sí el acto, sino la forma en la que logra plasmarlo. Como si mis labios también estuvieran saboreando el sabor de Peter, aquel cineasta enamorado.

Suspirando y con una añoranza enferma, lloré esa noche.

No me levanté sino para colocar a mi almohada en frente y besarla. Dejé mis labios sobre la tela, sin moverlos, sin imaginación. Solo manteniendo contacto. Después de todo, era lo más cercano que podría tener a uno.

Los días siguientes, desarrollaba mis actividades diarias en el campo, con la conciencia absoluta de que no acabaría de leer las cinco vías de Tomás de Aquino, antes de casarme.

Ocultándose el sol, corrí a casa desde el bosque. El cielo se pintaba en tonos pasteles, dejando a merced de los pobladores el tiempo restante para dejar ver por segundos su alma. La conjugación entre el celeste y el rosado, creando una especie de morado pastel que se extendía rápidamente por toda la superficie.

Sabía que esta clase de peticiones solo podía pedirles a estrellas fugaces o al encontrar un trébol de cuatro hojas; pero sentía tan cerca la esperanza, que cerrando los ojos imploré una última oportunidad.

— ¿Qué haces aquí? — mi momento se desvaneció en segundos.

Encontrando sus ojos y pudiendo ver a casi ciegas su rostro, dejé la confusión apoderarse de mí. ¿Quién era ese?

No espere nada. Retrocediendo y dando vueltas, eché a correr.

Mi corazón se aceleró, el incentivo no era en sí la corrida sino su aparición; justo en este momento.

Cuando reconocí mi casa desde el sendero, respire aliviada.

— ¡Hey! ¡Prófuga! — girando, aquel sujeto estaba montado en un caballo caminando a mi dirección — ¡Tu libro!

En cuanto dijo lo último, mis ganas de correr desaparecieron.

— Es de Milliams, sus libros son muy difíciles de encontrar.

Tomándolo, volví a dar vuelta.

— Oye, ¿cómo te llamas?

No respondí. Lo sabía, era él. La señal.

— Creo que te diré prófuga. Un día…

— ¿No entiendes? — escupí — Estoy comprometida. Mañana me caso. No tengo tiempo para enamorarme.

Entré corriendo a mi cuarto. Echando a llorar frente al espejo. Los finales felices eran para chicas de la ciudad, no para las del pueblo.

El recuerdo del día siguiente y el camino al altar duele, quizás es por ello que mi mente lo borró. Pero dejó el beso. Sus labios gruesos y desconocidos sobre los míos, moviéndose sin razón. Transformando mi añoranza de primer beso en acto de traición. 

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