Año de 1959:

Lola asiste a su madre en el trabajo de parto, el quinto. Esta vez están solas en la humilde cabaña perdida en la selva caqueteña, el fin del mundo, sin la más mínima posibilidad de que un médico venga a auxiliarlas. Sostiene una vasija con agua, donde una y otra vez sumerge una toalla, que suavemente deja caer sobre el cuerpo de la débil mujer que arde en fiebre.

Dio a luz a una niña baja de peso y frágil. La pequeña duerme plácidamente en su pecho, escucha los tenues latidos de un corazón que se extinguen poco a poco. A pesar de su cansancio, la rodea con sus brazos y le susurra:

-Rosa, te llamarás también Rosa. La arrulla con un débil y dulce canto de cuna. 

En su delirio, Rosa María es arrastrada por un cúmulo de nubes hacia el infinito. Lentamente desciende en un jardín espléndido, talvez algún día tendría el tiempo para cultivar uno así en su patio de tierra. Con geranios, rosas, y girasoles de  tonos que jamás vio. Camina extasiada sobre la florida alfombra. Su hermosa cabellera es ondeada por una suave brisa. Escucha las risas infantiles de sus hijos que vienen jugando tras ella. Pero no ve a Rosa, se asusta, ¿Dónde está su pequeña?

Una fuerza la eleva y se pierde en un cielo resplandeciente.

Despierta sobresaltada, bañada en sudor. Descansa cuando ve que Rosa continúa en su regazo. Se inclina para observarla detenidamente, la besa en la frente, abre sus manitos para acariciar cada uno de sus dedos, y así continúa tatuándola con su eterno beso. Suspira y le da gracias a Dios porque es perfecta.

Desvía su mirada para detenerse en su Lola. Tan menuda y pequeña cargando con  esta desgracia. 
Lola se arrodilla ante el lecho de la madre para recibir su beso, inolvidable, y entrañable beso.

Año de 1989:

Rosa, siendo muy pequeña, camina en medio de un hermoso jardín. Luce un mágico vestido rosado y unos zapatitos de charol. Sus hermanos van adelante, distingue a cada uno, incluso a Jorge, quien murió fulminado por un rayo. Trata de seguirles el paso, pero es muy chica, y se queda atrás, grita que la esperen infructuosamente, siente algo atado sus pies que le impide avanzar, y llora sin esperanza.

De repente, unas manos suaves y firmes la toman por detrás y la levantan. Puede ver que es una hermosa mujer sonriéndole, y abrazándola. La recorre con la mirada de pies a cabeza, la besa, la besa una y otra vez. Exclama: – Dios es perfecta. Gracias.

Al abrir los ojos, percibe el suave aroma de rosas en su pequeño cuarto, y las huellas de un montón de besos aún están frescas en su rostro. Tal como la describió Lola, absolutamente bella.

Extiende su mano para tomar unos papeles, los rompe, y lanza los pedazos al techo . Respira profundamente, algunas lágrimas ruedan por sus mejillas. Acaricia su vientre y trata de dormir con la esperanza de verla otra vez.

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