GOTAS DE ROCIO

GOTAS DE ROCIO

Martha Wandemberg

04/02/2021

                                                       GOTAS DE ROCÍO

Como gotas de rocío los besos robados, permitidos o aquellos que extasían los sentidos por prohibidos, se aprestan a llegar a una boca enamorada que cautelosa espera para beber de la emoción y el sentimiento…

Pasajeros incógnitos en la comisura del viento que acaricia su norte y sur; veleros azules que navegan certeros en la pasión despierta de unos labios abiertos a su sombra y a su luz. Presos de locura desembocan en la prisa mañanera, en la tarde y su hermosura, trasnochando en los sentidos de ese placer dormido que se aferra a sus encantos. Descienden prestos, jugosos, pintando horizontes nuevos, de placeres y de gozos; se refugian en la guerra cautelosos en su miedo, de no volver a posarse en la senda de su amada…

Son silenciosos y nobles, vestidos de mil colores, que descienden presurosos en la boca anhelante por su arribo; pecadores redimidos por la espera de una lágrima furtiva que asoma en la mejilla y el rubor de quien extraña el vibrar que aquellos besos alimentaron la ausencia, como caricia temprana de pasión y soledad.

Así se esconden al alba presumiendo inocencia de somnolencia secreta que los divide en el tiempo, que los aleja y acerca, que los transporta serenos, como si en ello dejaran, completo el alma y el cuerpo. Se columpian en la arena de ese mar imaginario, que besa la espuma blanca; se asoman a los luceros y al jugar presto con ellos, van buscando el horizonte donde afincar su ternura, cuántas veces, ¿su amargura?…

Besos de fuego y quimera, de labios errantes o soñadores que intentan besar su propia estrella. Besos de amor y de olvidos; de traiciones camufladas en el derroche de alcobas que guardan grandes secretos; ó aquellos que en oración despliegan sus alas blancas derrochando en los latidos, al mismo corazón. Algunos por ser primeros, dejan su estela de luz, sobre la cuna y el niño que duerme sueños de amor. Otros quizás más discretos disimulan su fervor, porque son besos prohibidos que no pueden delatar su gran pasión. Más nunca habrá otro igual como aquel que taladra el alma, que en ramillete de nardos, se ajustaba a mi estatura, aquel que marcó la despedida del gran amor que reunía, su inagotable entrega de incansable devoción. Fueron los besos de mi madre, cuando inundados en llanto, se tornaron rojos febriles mimando mi frente, cuando le dije ¡adiós…!

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